domingo, 1 de mayo de 2016
CASIMIRO
Su gesto siempre era impasible. Nadie que le conociera podía asegurar haberle visto una emoción asomada a su rostro. Decían que en la guerra, cuando cayó prisionero, el enemigo le hizo un lavado de cerebro que le dejó incapacitado para sentir. Pero hay quienes aseguran que, mucho antes de su marcha al servicio militar, tampoco se le escuchó nunca llorar, ni se le vio siquiera sonreír. Los más mayores del lugar atestiguan que su madre, preocupada por ello, lo llevó al médico, aún siendo un bebé, sin conseguir resultado alguno. De niño, durante la feria, en el circo, fue el único que ni se asombró ni se maravilló con el espectáculo. En cada suceso que se recordara de su vida no aparecía un asomo de alegría ni tristeza, de miedo, rabia o afecto. Por eso llamó tanto la atención que aquel fin de año, cuando el abuelo se ahogó atragantado por las uvas, Casimiro rompiera a reír como un poseído.
Isidoro Irroca
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