Allí estaba yo, sumido en las tinieblas de la noche, cargando mi revolver en medio de aquel desolado pueblo de un lugar indeterminado de Texas. El ángel lloraba a mi lado desplegando sus hermosas alas de ave e incapaz de cambiar mi decisión.
–No lo hagas –me suplicó con la voz más hermosa que jamás había oído todavía estás a tiempo…
–¿Tiempo…? tiempo para qué – pregunté yo sin nada que perder… salvo quizá mi alma.
–Será de ellos eternamente si lo haces –decía sin parar de llorar– y no podré impedirlo.
Terminé de cargar mi revolver y le sonreí al dulce ser celestial antes de besarle en la frente.
–No creo que allí donde vaya sea peor que este mundo. Lo siento cariño, no puedo evitarlo.
Oí su hermoso llanto mientras me dirigía al veinticuatro horas, incapaz de controlar mi miserable decisión.
Atravesé la puerta, saqué el arma y le descerrajé un tiro en medio de la cara a la mujer china, luego apunté al horrorizado marido y susurré: –La puta caja.
Vació la miserable recaudación y disparé sobre un rostro humano por segunda vez aquella noche. Cogí vozka y whisky de Malta de paso y al salir, vi que una limusina me esperaba. Se abrió la puerta y una voluptuosa mujer me sonrió.
–¿A que esperas para entrar vaquero?
Miré al ángel llorar por última vez, por los pobres diablos que había dejado tras de mí o quizá por mí. Me introduje en la limusina y al cerrarse la puerta vi a la mujer volverse el ser más espantoso que jamás había visto. Empecé a gritar mientras me cubría con sus alas negras de insecto y reía sin parar.
– ¿Qué creías atracador, que sería todo tan fácil?, no olvides que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones.
Jorge Zarco Rodríguez (España)
Publicado en la revista digital Minatura 124
ME REBELO
Hace 5 horas
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