lunes, 23 de septiembre de 2013

LA RAMA

Se sentía aterrada. Miró a su alrededor. Todo era soledad. Oyó el crepitar de la madera incandescente. Un escalofrío repentino recorrió su gastada espalda. El humo era emisario de una sentencia de muerte. ¿Pero cómo acatar la fatal condena sin resistirse? Ella que, desde que fue, siempre soportó tantas fatigas ajenas, compartió vino y mantel sin compartirlos, se sintió maltratada, pateada por los niños de la casa y arañada por las garras de los gatos, decidió no morir y, buscando en sus adentros la savia primigenia, hizo que le brotaran a sus pies raíces, y anhelando el sustento de la tierra se hundió en ella. Los brazos le crecieron más y más y se llenaron de verdes hojas, ramas y más ramas que rompieron el techo de la solitaria estancia. Crecía y crecía sin parar hacía el infinito. Entonces alguien dijo: ¿Dónde está la última silla que había que quemar?

Javier Bueno Jiménez -España-
Publicado en la revista Oriflama 22


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