las manos ágiles como la ofrenda de un ácrata.
La mañana, café y desierto,
mentira sin rescoldos,
mentira de áridas garras,
va a convertirme
una vez más,
en himen y castigo
en humillado y ofendido.
En el ofendido y humillado espejo que se espera de mi,
en la balaustrada de ojeras y borrascas,
en la vorágine afónica de ojos mustios.
Y después de satisfacer los cráteres de mi desidia
con los rudos derroches de la labor,
cuando su fin sea cercenado,
cazaré mi destino con cartuchos de terciopelo.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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