El mensaje del móvil decía: "Nos vemos
a las cuatro en La Mandrágora".
No tiene nada de raro
ni tampoco significa una clave.
Se trata solamente del nombre del local...
De modo que llevo unas dos horas
esperando. La chica, desde luego,
lo merece. Pinta cuadros y acumula
otras habilidades, tantas
que se podría llenar un libro.
Por lo demás está estupenda.
El caso es que no termina
de aparecer. Intento, en mi tabla
de náufrago, distraerme: las camareras
disponen sobre la barra perfecto escuadrón
de cipayos de cristal; una pareja
se besa entre orquídeas desesperadas;
esa mujer de enfrente, en cambio,
recuerda un busto de bronce.
Yo diría que me suena su cara.
Pero a lo mejor es que, después
de mi tercer irlandés,
comienzo a flotar un poco espeso
y, en el fondo, no quiero confesarme
que me han dejado tirado.
RAFAEL SIMARRO SÁNCHEZ
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Hace 2 días
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