te mantiene el recuerdo en la distancia.
Si en ausencia agonizan los amores,
¿cúya esta luz?, ¿de quién estas pisadas?
Ahuyentas cada noche las tinieblas
y amaneces en mí cada mañana,
mediodía perenne, sin crepúsculo,
jamás oscureciéndose en el alma.
Apagada la masa del gentío,
sólo sombras se arrastran
por calles y plazuelas,
de sus perdidos cuerpos desgajadas.
No queda vida en la ciudad, ni ruidos,
también desvanecidas las palabras.
Y sin embargo, soy feliz en ella,
porque no me seduce la avalancha
de urgencias y desvelos
que hacen de otras ciudades emboscadas.
Por eso a esta ciudad la llamo mía,
de nadie poseída o habitada,
sino de mí y de la luminiscencia
que tu imagen irradia.
Quien dice que el recuerdo se evapora,
nunca vivió el amor hasta las lágrimas.
Al fondo de mí mismo
llevo tu luz, y el ánfora
en que he desembocado mis dolores,
que hay más dolor que júbilo en quien ama.
Te tengo sin tenerte,
y eres tan mía como la fragancia
lo es de la rosa, o el calor del fuego,
lo aspire o no, se inflame o no, quien pasa.
Y aunque tú no lo entiendas, o te importe,
o me recuerdes, en mis noches blancas
te observo, te dialogo, te poseo,
mujer en la distancia.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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