domingo, 28 de julio de 2013

LAS CALLES SOLITARIAS

Las calles solitarias, tortuosas,
de esta vieja ciudad, con la hidalguía
de sus nobles blasones medievales
alcorzando fachadas y arquerías,
ascienden, por oscuros empedrados,
hacia la parda, mística colina
que a modo de atalaya
acecha la meseta y las marismas,
en compaginación de un doble mundo,
ambos de inmediatez y lejanía.
Aquí naciste tú, pero más tarde
de mi primera, plácida visita,
cuando eran todo mi interés las piedras
y la historia tras ellas escondida.
Tú vendrías después, y qué otra historia
tejeríamos ambos, a la orilla
de dos vidas distantes
que intermitentemente confluían.

Feliz, en estas calles, a mi modo,
antes de ti. Cada portal o esquina,
me hablaban con su propia voz de tiempos
que sólo por los libros conocía.
Mas los libros son mudos,
o su voz tiene un tono de rutina;
no hablan como las piedras,
que tienen lengua viva
y algo en su voz murmura
misterios que en mi oído resucitan.

Y la vida real, por esas calles,
antes de grúas, autos y turbinas,
era Arcadia bucólica,
casi silencio y paz, sin más intriga
que las necesidades imperiosas
de gentes primitivas.

El carro de la hierba
del que parsimoniosos bueyes tiran,
avanza lentamente
y sus ruedas chirrían.

Los monjes, enclaustrados
en la serenidad de la abadía,
alzan sus voces de solemnes tonos
sobre la habilidad del organista.

Y las mujeres, en oscuro atuendo,
vuelven del pozo, con la gallardía
del cántaro pesado en la cabeza,
que como en danza mágica equilibran.

Todo esto antes de ti, las piedras cantan.
Mucho antes de tú y yo, de nuestra orgía
de sueños, de proyectos, de sucesos,
que hicieron nueva esta ciudad antigua.

Hoy no me hablan las piedras
en el tono ancestral con que solían;
me hablan como los libros,
sin calor en la voz; están heridas
por tu presencia en mí, porque conocen
el tono de ansiedad de tus caricias,
el misterio que enciende y entrelaza
primavera y otoño en nuestras vidas.

Las calles solitarias, silenciosas,
han dejado de estarlo; las caminan
dos amantes en gracia y alborozo,
que las revitalizan.

FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-

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