Los dedos de la mano derecha
huelen a ciprés.
El cielo color incienso
sumerge su apostura en el horizonte
y parece avisar con su silbido de corneja.
La mano izquierda,
entretanto,
mece su indolencia.
La tierra,
espesa y furibunda,
rabiosa en su detenido desdén,
espera recoger el loado maná.
La electricidad de los cuerpos
agota la calma,
y gime.
De pronto,
el cielo se parte en dos
y ruge como el fin de un vómito sanguinolento
y todo es energía pura en descomposición.
El mundo se sostiene
como un hilillo de platino
y los murmullos limitan su desbordamiento.
Por entre el gris marengo,
clarea una luz sedienta
y en el calmoso altar,
refulge una llamarada
como si la iridiscencia
saludara con estruendo de nobleza.
Al fin,
el viento se aleja,
barriendo los malos pensamientos
con la calma que nos merece.
Los dedos,
relajan su grito,
húmedos y sabios.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
DE FACEBOOK - 6740 - FOTOS
Hace 1 día
No hay comentarios:
Publicar un comentario