domingo, 30 de junio de 2013

LA TORRE DE PARÍS EN ESTE ENREDO

Creo que no hay un solo árbol
que se proponga el cielo.
A lo mejor los árboles comprenden
que es tonto pretender el infinito
y quedarse, hasta cuando aún nadie lo ha previsto,
de punta hacia el allá del universo.
Pero esa torre, que en verdad se empina
porque ella misma se creyó su cuento,
se ama,
se necesita
y se somete
con una muchedumbre a ese desvelo.
Si pudiera quedarme,
de malo, bajaría
la nube que la aguanta
y el ángel de metal que, de seguro,
la salva del mareo;
pero tengo qué hacer,
estoy de paso,
voy hacia mi país,
hacia su suerte,
de atajo entre el amor y el descontento;
y si la torre ­
(pongo un imposible)
me diera a decidir todo su hierro,
hacia el sur de la noche,
en este instante,
le intentaría rieles al regreso
y la armaría en medio de algún mitin
para colgar de un cuerno de su luna
al loco palabrero,
el que subió al dislate a tanta altura
por las ralas costillas de mi pueblo,
y en la mitad del mundo,
entre la chusma,
persigue al mundo nuevo
y nos apresa
y nos acusa de que somos cuerdos,
y condecora con su mano insulsa
al burro proverbial que no rebuzna,
por su notoriedad de carnicero,
y va diciendo con su lengua turbia
una mentira que no acaba nunca
de andar de monumento en monumento.
Creo que no hay un hombre
que diga de tan alto tanta culpa
y pueda ser absuelto
por una muchedumbre que lo escucha
con los pies en el suelo.

ANTONIO PRECIADO -Ecuador-
Publicado en la revista Gaceta Virtual 75

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