Después de muchos,
muchos años,
el agua, siempre poderosa,
siempre sorprendente,
ha visto realizado,
colmado, su gran sueño
escultórico.
Las duras piedras,
suavemente acariciadas,
golpeadas airadamente,
durante miles y miles
de segundos, de minutos
y de horas, son ahora,
un bosque perfecto,
mágico, luminoso,
donde sólo falta el verdor
de las hojas y el melodioso
canto del ruiseñor.
Aquí es la impetuosa
agua la única que canta
al sol, cada amanecer,
su eterna canción de luz y color.
JOSÉ LUIS RUBIO
sábado, 29 de junio de 2013
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