domingo, 3 de marzo de 2013

TU ESPLENDOR, QUÉ REMOTO


Nunca fuiste conmigo a Salamanca.
El Tormes, rumoroso,
me ha visto en su ribera,
sorprendido, tal vez, por estar solo.
Bajo el puente romano,
lamiendo arcos de siglos, este otoño,
sus aguas andariegas
parecen recordar mis soliloquios,
que eran eso mis diálogos contigo,
tan lejana de allí, promesa en polvo.
Bajo la luz dorada de esta tarde,
de nuevo me he sentado bajo el olmo,
testigo de proyectos malogrados.
Lo sabe bien. Se lo contaba todo.
El viento entre las ramas
llevaba un cierto escepticismo al lomo.
Vio tantos estudiantes
lamentar abandonos,
jurar ofrecimientos,
deshacerse en sollozos,
que otorga a la firmeza del amante
la consistencia de su propio soplo.
Caían sobre mi las hojas secas,
vida marchita lo que fue retozo.
Y la corriente, eterna fugitiva,
lloraba inconsistencias, mas no enojos.
Era el rumor tan triste
como un día lluvioso,
como un beso perdido,
como una despedida sin retorno.
Comprendía muy bien cada mensaje,
del viento, el río, el árbol, y mis ojos
temblaban de dolor, humedecidos,
por mí, por ti, por tantos sigilosos
fantasmas del pasado,
amantes sin opción, como nosotros.

Frente a mí torres, cúpulas, fachadas,
la turba estudiantil, los religiosos
de viejas órdenes, siguiendo el rumbo
de Fray Luis, de Vitoria, Báñez, Soto…
Salamanca es la piedra, el libro, el aula,
mas también el amor joven y loco,
como el mío, por cierto, el tuyo, acaso.
Veo cruzar las nubes, bajo el lomo
de ese mar invertido, galeones
en lento avance hacia el ocaso rojo.
Tal vez una se cruce en tu camino,
mas no verás la huella de mis ojos.

Permanezco en quietud, en remembranza,
sentado bajo el olmo,
que se va desnudando lentamente
de su esplendor. El tuyo, qué remoto.

FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-

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