Cogió la gripe y olvidó ponerle el capuchón a la estilográfica. Dejó al hombre del traje gris, frente al portal de su víctima. Cuando se recuperó, el asesino seguía en el mismo sitio y la pluma en el basurero. Había descargado la tinta sobre el escritorio. Su mujer le compró otra pero, aunque lo intenta, no consigue que el hombre se mueva de la farola. A veces se despierta y observa a su mujer mientras acaricia la culata de la pistola que está sobre la mesilla.
Del libro Cuentos iberoamericanos de
LOLA SANABRIA (España, Córdoba / Madrid)
Publicado en Los Cuadernos de las Gaviotas
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