La nubes se hicieron carne,
castigando con sus prédicas,
su prodigio y su constante gorgotear,
la realidad del suelo.
Salpicaron la semana de pasión,
de charcos que anegaban de incredulidad
los cuerpos y las costumbres.
Escupieron con dientes cariados,
sus vientres de ballena.
Las nubes pérfidas y lapidarias.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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