Prólogo de Delfina Acosta para re-edición del poemario “Picado Contrapicado” de Rolando Revagliatti.
Las sirenas cantan en el lado del mar que les corresponde, los albatros van dejando su reguero de sangre sobre la arena, los marineros querrían cantar los nombres de sus amantes junto a las escotillas del barco, pero no les nace sino una exhalación de humo de cigarrillo.
Rolando Revagliatti, poeta de la Argentina, canta.
Y a veces maldice, pero como entre lágrimas que queman. Y hace bien en maldecir. La maldición es hermosa y hace falta escupirla cuando el pus del mundo recorre las vértebras del hombre cansado.
Hallo en la poesía de Rolando una enorme necesidad de ponerse al lado de la mujer que entrega su cuerpo por una mentira de amor, unas ganas irrenunciables de molestar, de atormentar al amor mismo, con todas las sílabas y todas las letras, para que termine hablando, confesando, vomitando su verdad.
Dirá entonces, ante tanta insistencia del poeta, el amor, su historia. Y esa historia puede parecernos a nosotros, los lectores, tan malacostumbrados al molde de la poesía tradicional, un susto, un suspenso en el aire, una copa de cristal caído en el suelo.
Los poemas encuentran una manera especial de expresión en los versos del autor.
Su niñez corretea, a veces, por sus líneas.
El sexo es en sus páginas un panal de abejas donde la miel es elaborada durante noches y días, por unos insectos que se aprestan, llenos de vida, a llenar de dulzura la colmena.
Si dijéramos los poetas: “Éste es el arco, y allá está la hondonada donde crecen los lirios del valle. Que no tiemble el pulso al disparar la flecha. Hay que dar en el blanco de la poesía”; si dijéramos esas palabras los poetas, seríamos pequeños dioses.
Rolando Revagliatti dispara sus flechas. Y la poesía sale de él alevosa, aunque rica en invención.
Cuando la poesía es inventar, hay versificadores que inventan mal, o no inventan nada.
Entonces ocurre que Rolando Revagliatti, sin saberlo, acaso, va dispersando sobre la mesa las diversas monedas de su tesoro. Tiene un poco de tristeza, mucho de ironía, bastantes monedas de cansancio de este mundo ancho y ajeno, siete monedas de novedad, más diez monedas para sorprender al lector.
Y arma con sus versos, un acto digno de un trapecista perfecto, hermoso, angelical. Claro que no hay red abajo.
DELFINA ACOSTA -Asunción, Paraguay-
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