Mis fantasmas desaparecen mordidos por las añicos de las sandalias de la poesía urbana.
Tropecé con los escalones torcidos de dios y me invitaron a masticar cuerpos deformes y que olían a poesía del siglo quince.
El solitario tormento,
el doloroso amor que sabe a cable de teléfono,
no decide su ánimo mientras va arrancando con dedos sigilosos
la tela de araña de su pudor.
Mastiqué banderas desnudas entre el caos de la vida.
Y del amor también.
Sobrevivo interrogándome día a día,
confío en mi parsimonia,
y en el insomne vagabundear del vacío de los días.
Sigiloso, el amor se acrecienta en la distancia,
porque apacible,
el largo adiós será eterno.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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