Estoy mirando el agua
y el agua nada me dice
porque no tiene palabras,
porque sus palabras son murmullos
sonoros, que nada expresan,
sino su lento ir y venir
buscando una orilla bienhechora.
Pero yo sé que esas aguas,
que nos separan, saben de tristezas,
de llantos, de desesperación
y más que hablarnos nos grita,
nos golpea en los labios,
para que interpretemos su duro mensaje
y contemos su cruda historia.
Estoy oliendo la lluvia
y la lluvia a nada huele
porque al mezclarse con el asfalto
ha perdido su frescura húmeda
quedando tan sólo su monótono
correr calle abajo
hasta una herrumbrosa alcantarilla.
Pero yo sé que la lluvia
trae el nauseabundo olor
de un cuerpo inerte y mojado
que ya no huele ni siente
la húmeda frescura del agua
que golpea su deshilachada ropa
enganchada en un saliente de la roca.
Si el agua está muda
y la lluvia perdió su olor,
¿qué me queda en esta ciudad
que mira al Estrecho de Gibraltar
donde el azul y el blanco
hieren desde infinidad de rincones
mis ojos cansados?
Quedan imágenes desoladoras
que se hunden en las aguas.
Quedan olores putrefactos
que se dispersan por el aire.
Quedan los gritos de dolor
de todos los que cruzando el Estrecho
se perdieron para siempre en el tiempo.
Del libro inédito Confusión de
JOSÉ LUIS RUBIO
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