Física y psíquicamente la maltrata,
anula su personalidad,
la encierra entre las cuatro paredes de la casa,
donde debe educar a los hijos,
tener todo como una patena
y estar preparada siempre para satisfacer
los deseos sexuales de su marido.
Si se niega o protesta
la golpea como a un animal
porque piensa que es su esclava
y no su igual.
Y por si esto fuera poco
los señores obispos
aprueban estos actos violentos,
olvidando que Dios nos mandó
amarnos y no odiarnos,
y culpan a la mujer
porque es la pecadora
y la provocadora.
Según ellos, sabios hipócritas,
ha de aceptar sin rechistar
la voluntad de su dueño y señor.
Algunos siguen sin entender
que hombres y mujeres
somos iguales y libres
y que nadie, nadie, tiene derecho
a usar contra la mujer, ni contra otros seres,
la violencia.
JOSÉ LUIS RUBIO
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