Me acompaña mi cuerpo,
insólito sujeto que responde,
con o sin mi aquiescencia,
al escuchar mi nombre.
Soy dueño de la idea, el sentimiento,
mas de él nacen la voz, las sensaciones.
Me enfurece su exégesis errónea
de mis conceptos; su expresión mediocre
no alcanza a reflejar lo que le anuncio.
Me siento entre barrotes,
transmitiendo, mediante mensajero,
inexactos informes.
En ambos hay placeres,
y hay en ambos dolores,
si bien de idéntica naturaleza,
se comparan y no se reconocen.
Mi aflicción es de fondo,
de soledad, de amores,
su calvario se apoya en superficies,
en piel, órganos, músculos, tendones.
Y así son mi sentir y sus sentidos,
mi afecto y sus clamores.
Una sola raíz, múltiples ramas,
o dos pequeños mundos a remolque
uno del otro, a veces avenidos,
y a veces al galope,
mas no siguiendo el mismo derrotero,
ni asentando las mismas condiciones.
¿Quién, de cuantos se acercan,
dirán que me conocen?
¿Qué es lo que ven, la máscara asequible,
forma, palabras, tactos y temblores,
o penetran al fondo, por caminos
circunvalando esta prisión que esconde
el auténtico yo, que piensa y siente?
¿Preferirán a Sancho o Don Quijote?
Sobre el rostro escribió autobiografías
la vida que vivimos; los lectores
deberán sortear cada detalle,
mirando más allá, con el enfoque
del investigador, o del arqueólogo,
que sobre un hueso reconstruye a un hombre.
Mi cuerpo no es pirámide, o castillo,
es la puerta hacia dentro, que te acoge.
No quedes en la calle, contemplando
ventanas y balcones.
En la hospitalidad de mi recinto
podrás pasar la noche.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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