Una cumulo de luz se detuvo sobre un montículo de arena negra en una isla desierta. En un instante ambas sustancias comenzaron a formar varios grupos. Eran ángeles y demonios, los cuales desarrollaron un semicírculo para conversar. Entendían que por separado no habían podido lograr
encauzar al hombre por ninguno de los dos caminos. Ni el del bien ni el del mal. El hombre había llegado a creerse dueño de todo lo creado.
Al final se logro un pacto para satisfacer ambas grupos los humanos sería desterrados de la faz del planeta pero, un hombre tomaría el papel de Adán y comenzaría todo de nuevo. El peso de ser renovables pesaba sobre los humanos. Eligieron a la única persona que había podido conmover a ambos
grupos por igual, al barítono Juan Cruz.
Un hombre de aspecto promedio pero que con su melodiosa voz había logrado exaltar a los seres celestiales y admirar a los infernales. Algunos aseguraban que desde Paganini nadie había vuelto a poseer ese don mágico.
Durante cuarenta días la tierra fue azotada por fuego ardiente que salía de la tierra. Todos los volcanes existentes y algunos creados ad hoc escupían lava que deformaba ciudades y rellenaba planicies. Solo el barítono (para el que en exclusiva, el tiempo había sido detenido) se mantenía dentro de su camerino en el teatro, una edificación de principios de siglo. Al final el plan fue ejecutado con suma maestría. Solo el elegido sobrevivió y fue elevado hasta un lugar en el centro del mundo donde las plantas comenzaban a crecer de manera exponencial. Y vieron los seres celestiales que no debía de estar solo y le infundieron un gran sopor para comenzar el proceso de creación de una compañera para él.
Mientras los seres del espacio esperaban en la cara oculta de la luna, y el tema de sobremesa era que
nuevamente le enseñarían a la serpiente como dominar la mente de la mujer y de esa forma repetirían el ciclo.
Iván Payano (República Dominicana)
Publicado en la revista digital Minatura 124
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