José se introdujo en el pesado sueño. El como otros era llevado al trote por las narices. No hacía esfuerzo por liberarse. Más bien contemplaba sin enojo el látigo que caía sobre las espaldas de los condenados. Pensó al observar la juventud de sus verdugos que la situación era parte de una festividad de la ciudad. Era imposible, ya que estos niños no tienen la fuerza suficie...nte para dominar a un hombre. En la forma de sus dientes dedujo que aún no los habían mudado. Esos brazos largos y débiles no podrían abrigar el peso de un crimen. Para él todo se aclaraba. Se dejó llevar y castigar, siempre sonriente. Sabía, por él y por sus padres que la niñez tiene formas diferentes de jugar al ladrón y al policía. Se tumbó en el suelo, boca abajo, cuando se lo exigieron. Su espalda sintió un gran peso. Un hombre desde ahí, dormitaba. Su espalda y piernas fueron lo primero en quedar a nivel de tierra, luego sus brazos, por último antes de hundir la cabeza, en la tierra ensangrentada, giró el rostro y observó al hombre que lo miraba con desdén y rabia. Se reconoció en su mirada.
ÁLVARO QUINTERO
Publicado en el facebook de Isabel de Rueda Rubiales
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