(Artículo de1916)
En el número anterior de Juan Bobo, tuvimos el gusto de aplaudir sin regateos al juez de la Corte Suprema señor Toro Cuebas por algunas frases de su discurso en el Congreso de Panamá, en las que nos pareció latía un hermoso sentimiento de rebeldía generosa y valiente contra las grandes injusticias sociales de que está llena la civilización actual. Y, con la misma simpatía para el recto funcionario con que entonces le aplaudimos, anotamos hoy algunas objeciones que otra parte de aquel discurso nos sugiere. Nos referimos a las frases en que el orador se declaró ardoroso partidario del protestantismo y propugnó su definitiva supremacía en Puerto Rico. No somos católicos, pero no podemos ocultar la penosa sorpresa que nos produce tal actitud del ilustrado orador. Copiamos:
"El caso de Puerto Rico es para mí decisivo con respecto al resultado que se obtendrá en toda la América Latina de iniciarse y sostenerse un movimiento protestante altruista y vigoroso". "Hay algo que vive con nosotros, que es parte de nuestro propio ser, y es la herencia de nuestros antepasados. Y allí donde la Reforma vaya, y allí donde el ministro protestante realice su misión, allí irán, allí actuará la herencia de tantas generaciones que en los pueblos del Norte lucharon por la libertad del hombre". "A mi juicio, las causas de la educación general del pueblo y de la dignidad del trabajo, encontrarán en ella su sostén más firme".
Tenemos, pues, que el señor Toro Cuebas todavía cree floja la constante y perniciosa propaganda protestante que aquí se viene realizando y aspira a que ésta continúe en mayor escala. Y, realmente, nos parece una horrible desdicha que aquí se piense en suplantar una cosa tan interesante y tan bella como el catolicismo, por otra cosa tan mezquina, seca, intolerante y feroz como el protestantismo. No; no somos católicos ni profesamos ningún dogma, pero entre la fe católica y las doctrinas protestantes preferimos sin vacilar la primera. ¿Por qué? Porque la religión católica es vieja, y si bien nació en Judea, pasó por Grecia y Roma y poco a poco se fue saturando del perfume de la cultura refinada de estos pueblos. Los mitos paganos, las poéticas figuras concebidas por el genio griego y el romano, viven y palpitan aún en el rito católico. Mientras que el protestantismo, nos ha parecido siempre la más ridícula pedantería del espíritu humano. Ambos, católicos y protestantes, parten de un dogma, de una verdad revelada por Dios a los hombres; pero al paso que el católico afirma y defiende este dogma confiado en la virtualidad del mismo y amparado únicamente en la fe, el protestante apela a la razón y habla del libre examen, como si fuera posible que la razón y el libre examen pudiesen ni por un momento servirnos para llegar a una verdad revelada. Las verdades reveladas, los dogmas religiosos, se creen o no se creen; pero ante ellos para nada sirve la razón: ésta es la modesta y lógica actitud del católico. Pero el protestante no se resigna con ésto; el protestante adopta un aire doctoral insufrible y trata de hacerle a usted tragar el mismo dogma, la misma cosa revelada por Dios a los hombres, no atrayéndole a usted por el sentimiento, la intuición, la fe, como hace el católico, sino por la razón --¡por la razón!-- olvidando que la razón, que el pensamiento humano es incompatible con toda doctrina o verdad que se dice salida de la boca de un Dios. Y mientras el espíritu católico, a fuerza de caminar por el mundo, y de vivir en contacto con toda clase de gentes y de ideas, y de subir y caer y volver a subir y caer, ha ido evolucionando, depurándose de su grosera acometividad primitiva, y adaptándose al tono de cada período histórico, debiéndosele hasta el Renacimiento en gran parte; el protestante, recién salido del cascarón, muchacho con zapatos nuevos, creyéndose pedantescamente hijo legítimo de la razón y depositario único de la verdad, tiene la impetuosidad feroz de todo lo bárbaro, y allí donde levanta su tienda y perfila su rígida silueta el misionero, se acaba para siempre la alegría, y huye asustada la gracia, la gracia encantadora que emana siempre de la flexibilidad, de la espontaneidad, y se le arruga y se le ensombrece la cara a todo ser viviente. En una comunidad puritana, esto es, protestante, ¿qué excelsa joya del pensamiento humano se habría salvado? ¿qué excelsa desnudez de arte pagano se nos habría revelado? ¿qué alas divinas de águila de la idea, como, las de Ibsen, como las de Whitman, como las de Nietzsche, como las de Shaw, como las de Anatole France, no habrían sido impíamente arrancadas o quemadas? ¡Oh el protestantismo! Creo sinceramente que no hay mayor plaga en el mundo, Es fundamentalmente el mismo dogma de que arranca el catolicismo; el mismo dogma, pero disfrazado hipócritamente de racionalismo, liberalismo. Y como lo más que odiamos en el mundo es la hipocresía, porque de ella salen todos los males que afligen al hombre, permítasenos que temblemos de espanto al solo anuncio de que nos arrope más y más en Puerto Rico la siniestra nube del odio luterano y calvinista. ¡Oh nuestro bueno e ilustrado amigo Toro Cuebas: por Dios, no nos protestantice más, que ya es bastante el fariseísmo que aquí padecemos! ¡Protestantismo, es decir, puritanismo; es decir, mojigatismo; es decir misionerismo; es decir canibalismo; es decir ignorancia, intolerancia, asfixia, muerte!
Publicado en el blog nemesiorcanales
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