Llegaste a mi raíz, y ahora te nutres
de la tierra adyacente;
mas tú no eres de sombra, y has de alzarte,
como hija de la luz, a la solemne
danza de claridad, sobre la fronda,
que te recibe ataviada en verde.
Te percibo arrastada por la savia,
en ascenso, que a veces,
sigue la gran arteria de mi tronco,
y a veces se desvía y estremece
por otras callejuelas secundarias
que en mi sistema de ramaje crecen.
Te dejo en libertad, te pertenezco,
y tus avances, como tus repliegues,
parte son de tu táctica de amante,
sumisa en ocasiones, o rebelde,
que huye, o se entrega,
y simulando frialdad, me enciende.
Cien brazos tengo para ti, y por todos
quiero ver tu ascensión, buscando albergue,
explorando oquedades,
friccionando relieves.
Tiemblan mis hojas, pero no es la brisa
que en suavidad me hiere;
sino la agitación, el hormigueo
que de tu inquieta actividad provienen.
En torno a mí, el nogal, el sauce, el pino,
los olmos, los cipreses,
me observan, cimbreantes,
con afectiva envidia, sonrientes.
Puedo decir que soy afortunado.
Tengo este mestizaje, que en mí crece,
de ángel y diablillo,
y me hechiza el rastreo que en mí ejerce.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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