Somos raros.
Comemos glúteos resecos y medio sudados y de un brillo cartilaginoso.
Son glúteos lascivos de unos animales que vivos huelen mal.
Y a veces colgamos esa pata gorda con ganchos en la pared,
o la acostamos en unos artilugios que parecen fabricados para alguna refinada tortura medieval.
Y la adoramos, miramos y damos un tiento de vez en cuando.
Huele a dehesa, a bellota, a grasas hiposolubres.
E incluso a grasas insaturadas.
Del corte de esas patas obesas se hace una obra de arte,
se utilizan cuchillos largos y afilados como la vena de un estilista,
Con ello nos regodeamos del sudor de la pata negra,
aislando y repudiando la pezuña de color azabache brillante.
Una vez abierto el cofre del tesoro nos dedicamos a llenar platos y más platos ante el deleite de la concurrencia.
Y todos coincidimos en la nobleza de los andares del portador de tan excelsas celosías culinarias.
Sí.
Somos raros.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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