No sigo las líneas que marcan el camino... me gusta la idea de hacerme el mío propio... otras me quedo sentado mirando el paisaje… otras sigo las líneas del tren —“sin llegar a ningún lugar”—, pero siempre con la vista en el horizonte. “Sin perderle de vista”.
Me integro en mi entorno poco a poco, lentamente; las ideas van surgiendo de forma paulatina, y voy
descubriendo que llego a formar parte del medio. Intuyo el miedo de las fronteras que me rodean, no un miedo cualquiera, si no un miedo que traspasa las mismas ideas, llegando a desbastar todo aquello que antes florecía y se enriquecía con la ayuda del saber, y el ser.
Sobre este tejado que hoy me cubre, veo el tiempo, las sombras y las luces de otros tiempos, otras personas pasaron antes que yo por este lugar, yo solo soy uno más que duerme bajo su protección. Fuera llueve, hace frío, las luces de las luciérnagas avisan del atardecer, un pequeño arroyo pasa delante de esta techumbre, pobre, pero fuerte y protectora. —El invierno ha llegado—.
Comienza las horas ante la ventana, viendo llover, y buscando la forma de que las horas queden... —de la mejor forma posible—.
Con o sin conceptos, la belleza surge, junto tus palabras, tú mirada, tú sonrisa... y en mis recuerdos…
En este viaje paré en un lugar, no sé cuanto tiempo, creí que vendrías acompañarme; hoy sé que no vendrás. Que me toca continuar de nuevo; ¿pero sabes? me olvidé de cómo se hace, sentí miedo en la espera, me quedé bajo este techo con esa esperanza, y recorrí muchos caminos para este encuentro. Mañana quizás continúe, quizás me quede, quizás… —no lo sé…— pero hoy dejé de tener la certeza de tu llegada.
Me dejaste horas llenas de maravillosos días y años… aunque solo me acompañaste un pequeño trecho, para mí fue una vida, —un futuro—. Hoy veo que solo fue un instante, un lapsus de tiempo que queda en mí como parte de mi alma.
Levanto la cabeza que traía gacha por el cansancio y el olvido, sentirme entre montañas y no entre olas de mar.
—Después luz—, esa luz que genera el hecho de ser de los que caminan en contra, entre los que no dejamos que nos dicten ningún camino marcado exactamente igual a otros, la dirección opuesta a la lógica; esto hace que camine siempre solo. Pero siempre con la certeza de estar en un camino diferente cada vez que levanto la cabeza.
La cabeza se va agachando sola cuando llevas tiempo en el mismo lugar; cuando los días se convierten en todos iguales, cuando comienzas a caminar en la dirección que todos y, eso va encorvando el cuello y la mirada hacía la tierra, ser consciente de ello, siempre hay que saberse del lugar donde caminas, —no agachar la cabeza jamás, porque corres el riesgo de tropezar— “aunque vayas en dirección opuesta”—.
Perdido aún entre estas montañas, sé que conseguiré subirlas, para después poder bajar planeando desde lo alto, me gusta ese hecho. —Todo se ve de otra forma cuando ocurre—.
Juan Manuel Álvarez
Publicado en la revista LetrasTRL 41
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