Aquella madrugada era oscura y limpia
como una gran campana de la primavera,
pero yo sabía que estaba más solo que otras veces.
Era una madrugada colgada del azul,
un ultramar dispuesto en pinceladas densas
que casi se podía tocar palpando el aire,
con estalactitas colgadas en racimos
que florecían anticipando un alba dulce.
Pero yo sabía que estaba más solo que otras veces.
Aquella madrugada tenía inmensidad de cielo,
voces perfectas que hablaban en silencio,
caras disueltas por los cuatro vientos
que decían de amores, amigos caminantes,
compañeros de utópicos destinos,
eternidad de luz, de llanto, de combate.
Parecía una madrugada inaugural de un mundo
transformado en la paz de los antiguos cantos,
musicales caricias, perfumes profundos,
caciques del origen de los tiempos
gestando hijos de natural sabiduría,
una madrugada circular dando las señas
para ganar la vida en la ternura
al mismo tiempo que su aire espeso
tenía la lujuria carnal y sugerente
de una descomunal orquídea negra,
mágica y orquestal, casi perfecta.
Pero yo sabía que estaba más solo que otras veces
porque Armando Tejada, hermano mío,
se fue, seducido por aquella madrugada.
De Las memorias y Diario del regreso de Hamlet Lima Quintana Morón, Argentina
Publicado en la revista Isla Negra 331
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