Eras joven, muy joven,
no tanto como yo, mas con las olas
del deseo azotándote los muslos,
y una extraña humedad en la otra boca.
Nadie te había hablado del proceso
de modificación bajo la ropa,
de los senos, a velas desplegadas,
de cada vibración que se te agolpa
con la piel en perpetua rebeldía,
y del hambre de alcoba.
Lo aprendiste de paso,
de palabras dudosas,
de frases fragmentadas en sonrisas,
y de tu propio cuerpo, que friccionas
con la impericia propia de los años,
y te responde en imprevista gloria.
Querías más, y un cómplice podría
abrirte mundos nuevos, ceremonias
que tan confusamente presagiabas,
y las tradicionales maniobras.
Me invitaste a tu casa. Fui a la cita.
Estabas, convenientemente, a solas.
Te recuerdo desnuda,
un cuerpo a punto de explotar. Si hermosa,
no podría decir tras tanto tiempo,
yo, más joven e ingenuo, el que desborda
su inexperiencia por tu carne tibia,
y allí, sobre la alfombra,
consumamos tus ímpetus, los míos,
en espontáneas y plurales formas.
Tu nombre, y tu desnudo,
me acompañaron siempre, no la rosa
que pudo ser tu rostro, disipada
por el tiempo, que todo lo erosiona.
Oh, luz, si diminuta, perdurable
sobre festivo altar en mi memoria.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-

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