viernes, 12 de octubre de 2012

CLAUSTROFOBIA


Las paredes mudas,
voluptuosas como papel de lija,
y con letras ensangrentadas,
me reconocen como parte imperdonable de la agonía.

Si la ley de gravedad las atrae,
cuatro paredes
un techo
un suelo,
son la letanía quejumbrosa en que me convierto.

Y entonces,
cada poro de mi piel
es una flor marchita pegoteada de estiércol y hiel.

Cada pared, una herida,
cada pared, la vigilia de un cuello vigilante,
cada pared, una condena de mordeduras.

Las esquinas como vulvas en su cáliz,
como fieras que arañan con uñas de lija su redil,
miran como yo de reojo,
aplasto cansino,
mis palpitaciones de flujo sanguíneo reseco.

El infinito tiñe mis coágulos
y tira de mí como piedras en una poceta.

Se que sobrevivir es como un millón de espadas en las mejillas.

Agarrotado como un opulento dogo famélico de caricias,
me convierto poco a poco en la hidra de mil cabezas
que chocan contra las paredes que me aplastan lentas,
que chocan contra el techo amarillo de tanto como lo muerdo,
que chocan contra el suelo sucio de espanto.

A pesar de que contra el miedo no puedo salir corriendo,
por esta vez,
la derrota queda fuera.

GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-

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