Ella decidió acostarse
cuando la almohada
decide adentrarme
en el aparcamiento
que ahora sostiene la resonancia
en hormigón
la cornisa punzante
de un velatorio.
Entre los cadáveres alineados,
un hombre moreno de barba oscura,
sigue estrellando su automóvil
frente a la humedad de un redoble
cortado en un drenaje de musgo.
Nunca lo sabré,
pero pocas veces puedes verte en el pellizco de una partida,
aunque ha dejado de importarme.
Ya ni la propia muerte
me ofrece la ansiedad de lo que busco:
algo real…
David Fernández Rivera Vigo, España
Publicado en la revista Isla Negra 316
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