Paul Valery tronaba
y su mar incesante,
incansable mar,
siempre recomenzaba.
Sargazo de sombras y cielo
sinuoso mar,
abismo de la incertidumbre,
sudor de dioses inmisericordes,
clamor de los dioses insondables
del averno,
impenetrable mar.
Paul Valery,
en las simas del sediento vientre hinchado
de salitre y miedo
de su mar recomenzado,
mar de techos impenetrables,
gritaba su dolor gozoso
de deslumbrante esencia,
gimiendo al viento.
A veces,
el mar,
su mar,
arrullaba los cipreses
de su cementerio marino.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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