Mª Virtudes Reza Sánchez. Algeciras (Cádiz), 1970. Ingeniera Técnica Industrial por la Universidad de Cádiz. Actualmente ejerce de profesora de Organización y Proyectos de Fabricación Mecánica.
Colaboradora en revistas literarias. Ha participado en talleres de poesía, en diversos blogs y recitales en distintas instituciones de Algeciras, Cádiz, Sevilla y Madrid. Tiene diversas antologías. Finalista en diversos concursos. Primer premio XXVII Certamen Lola Peche de Poesía. Prologuista de la novela “El círculo alquímico”.
“La poesía es mi motor, es el sentimiento que aflora por los poros y que a veces sin querer o queriendo debes medir y dosificar para no sufrir, aunque a veces es el gozo puro, por eso es la vida o está llena de vida.
Es la inspiración que siempre me acompaña, sé que está ahí y me aguarda, y antes que yo la busque ya me encuentra, y antes que la sienta ya me siente y espera paciente a que el ímpetu se desate, a que el sentimiento fluya en un instante de vida, en un momento atemporal, donde segundos, minutos y horas son la dimensión de lo racional, que el corazón no alcanza a entender.
Sé que busca la claridad y nacer en forma de verso, sé que define mi mundo y que me lleva al éxtasis con el beso oculto de su silueta, que acompaña mi camino, que acaricia mi espalda, mi frente, mis labios. Que tornea el abrazo amigo buscando que no la olvide y que la libere en la prosa fácil de la oscuridad.
"Para mí es la prosa del verso, y el verso hecho prosa, es la lágrima que en silencio otorga, y el suspiro que calla cuando todos hablan...”
La Asociación de la Prensa de Cádiz, ha acogido recientemente la presentación del libro de la escritora de Algeciras Virtudes Reza.
El poemario bajo el titulo "no tardes en volver a la cristalera del tiempo” , nos ofrece una selección de poemas arracimados en torno al tiempo.
MUJERES DE CRISTAL
Escuché sonidos en la oscuridad de mi mente,
donde el martilleo de palabras caen en cascada,
donde la dignidad yace sin nombre,
escuché la desesperación de mi sangre,
la impotencia de mis segundos,
la resignación de mi cuerpo.
“Te voy a dar una paliza, a ver si aprendes”,
escuché su voz,
la de él,
no la reconocí.
"Soy un hijo de .... con mi familia pero esto es lo que hay",
escuché su voz,
no la reconocí.
“Te he estado haciendo la vida imposible, para que me pidas el divorcio y no dártelo",
escuché una voz.
Escuché el destino incierto,
mi destino hasta que la muerte nos separe,
mi destino indefenso lleno de estadísticas,
mi destino en unas manos llenas de sentencia,
una sentencia,
mi sentencia.
Escuché la amenaza del amor jurado,
un rostro conocido,
en algún tiempo pasado.
Escuché un llanto en mi seno,
la humillación en carne viva,
el desprecio espeluznante,
el aislamiento de mi isla,
de mi carne,
de mi cuerpo.
"Me voy a ir, y si algún día me acuerdo de vosotros volveré",
escuché su voz,
“Volveré para matarte”,
escuché una voz,
una letanía en mi realidad .
No tengo nombre,
no tengo apellidos,
no tengo sangre,
no tengo luz.
Ondea la bandera de la desesperación,
a cada paso sin ilusión,
a cada día sobrevivido,
en el secreto,
que sólo mi mente anulada conoce.
Ondea el rechazo normal,
la intimidación absoluta,
sin timidez justificada.
Ondea el sentimiento que fue vivo,
alejado ahora,
en la amenaza disfrazada de amor.
Ondea la ausencia de lo que fui,
de lo que soy,
de lo que no seré.
Ondea la bandera del menosprecio,
en sentimientos pisoteados,
en el eco sordo del ayer.
Ondea el insulto tras la puerta,
propiedad de alma rota,
propiedad de mi alma,
propiedad de la voluntad despreciada.
Ondea la bandera del miedo,
tragedia omnipresente que hace agonizar.
Ondea la sombra de un corazón,
no sé si es verdad,
mis ojos no ven,
mis lágrimas son el mar,
sin horizonte la mirada,
sin camino trazado.
No existen los besos,
no existen los abrazos,
tal vez sea normal,
tal vez merezco la mano que golpea mi rostro,
tal vez merezco la oscuridad,
tal vez merezco las palabras que golpean mi corazón de cristal,
tal vez sea normal,
¿una ilusión invertida?
Escuché una voz,
no reconocí la voz,
un murmullo lento acompasado de gritos,
no escuchaba mi propio miedo,
no hice nada.
Escuché la desesperación de mi sangre,
la impotencia de mis segundos,
la resignación de mi cuerpo vencido,
la salvación en la muerte,
el destello de cristales rotos,
la clemencia nula del verdugo.
Escuché sonetos de vida,
más allá de la vida,
conversaciones de mis ensueños,
utopías macabras de deseos,
fotografías afásicas sin atisbo de felicidad.
Ondea el perdón de mi alma,
la paz para la entidad inerte,
el descanso eterno,
de entrañas de cristal,
que no escucharán más la voz,
su voz,
la de él.
Fermín Aparicio
Publicado en cadiznoticias.com

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