El día que dejamos la Tierra fue como ayer: mamá sirvió el desayuno, papá fue a trabajar. Hacía frío, y el cielo estaba gris. Yo fui a buscar el diario. Después comimos: tallarines con tuco. Papá llegó a la noche y nos contó que había ordenado el escritorio de su oficina. A Emma, mi hermana, se le escapó un “¿Para qué?”, y todos nos volvimos: los ceños fruncidos, la aprensión en los ojos (¡Mi pobre hermanita escondió el rostro y escapó a su cuarto!). Entonces papá pidió que cenáramos en familia. Mamá se encargó. Comimos como reyes, en una hermosa mesa. Sacamos las copas, y hasta me permitieron beber un poco de vino. Luego la noche entró a casa y mamá anunció: “¡A la cama!”. Yo soy el hermano mayor, así que me toca servir; supongo que fue por eso que me invitaron con el vino; supongo que fue por eso. Me dieron cinco pastillas. Papá, orgulloso, me dijo: una para papá, otra para Emma, otra para tu madre y otra para vos. Y la última para Tesis, mi caniche. Empecé por él: se la mezclé con la comida. Nosotros nos fuimos a la cama. Nos descalzamos, nos desvestimos. Nos pusimos nuestras blancas togas. Cada uno se metió en su cama, instaladas en cruz en el mismo cuarto. Le dí la primera pastilla a papá: me miró y me guiñó el ojo. Luego se durmió. Continué con mamá: me dijo que lo tenía que seguir a papá, porque, sin ella, ¡no sabía dónde tenía la cabeza! Yo le sonreí, y la dejé partir. Por último me acerqué a Emma: seguía ofuscada, temblaba, balbuceaba algo de que no quería irse. Me enojé con ella: “¡Sos una boluda!”, grité. Le apoyé la píldora en los labios apretados y la obligué a tragársela; finalmente cubrí su cuerpo rebelde con las sábanas. ¡Mi hermana se debatió como una fiera! Ahora me acuesto y la miro: Emma se mueve cada vez menos y menos. Le miro el pie libre de las sábanas: cuando las convulsiones se detengan, sabré que es mi turno. La nave alienígena orbitará pronto nuestro planeta, y entonces nos marcharemos: por fin seremos El Uno Flamígero en el Cinturón de Orión, libres de la prisión terrestre... Falta poco... (Qué tonta, se había pintado las uñas: “¿Para qué?”). Ya casi no se mueve... Ya casi.
Juan Manuel Valitutti (Argentina)
Publicado en la revista digital Minatura 119
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