En realidad, el nacimiento de Héctor se cuenta muy rápidamente. No sólo
porque tuvo lugar en apenas “una horita corta”, sino también porque no pasó
prácticamente nada aparte del acontecimiento principal: que naciera nuestro bebé.
Esta vez no fuimos al hospital y no hubo tactos, ni enema, ni vía intravenosa, ruptura
artificial de la bolsa o desgarro del periné. Tampoco tuve ningún tipo de anestesia,
pero aun así (o precisamente por ello), el dolor fue mucho más llevadero que en mi
primer parto.
Desde antes de quedarme embarazada había soñado con parir en casa, por lo
que, tan pronto me enteré de la buena noticia, me puse en contacto con un grupo de
matronas que asisten partos domiciliarios en nuestra ciudad. El embarazo trascurrió de
forma tranquila y bastante buena. Incluso logré mantener la lactancia materna de mi
hija, lo cual, a pesar del dolor y el esfuerzo, resultó ser sumamente beneficioso para la
gestación y el nacimiento de Héctor. Asimismo, procuré seguir en la medida de lo
posible con mi ritmo habitual de vida, incrementando incluso un poco mi actividad
física, de modo que llegué bastante preparada al día del parto. Pero esta vez la
preparación no había sido sólo físicamente, sino que también me había informado
ampliamente acerca de los partos, su fisiología natural, el significado de cada uno de
sus componentes (dolor, ritmo, hormonas, etc.) y sus posibles complicaciones y
riesgos.
Héctor vino al mundo el 21 de octubre, “el día más bonito del otoño”, según mi
amiga Ana. Por la noche había llovido muchísimo (y nevado en Sierra Nevada), e hizo
un día espléndido, con el aire fresco y limpio y con mucho sol. Por la mañana, echada
en el sofá, levanté la vista y vi el resplandor del sol brillar sobre la nieve y llena de
emoción pensé que sería un día muy bonito para nacer. En aquel momento llevaba ya
día y medio con contracciones algo más frecuentes y algo más molestas, aparte de
esa sensación “rara” – una mezcla de alegría, tranquilidad, confianza y expectativa –
que también había sentido al iniciarse el parto de Cora. No obstante, el martes todavía
había ido a natación pre-mamá, después de compras y por la tarde a clase de
educación maternal. Tocaba el tema de los pródromos de parto y de alguna manera
sabía que lo que me estaba pasando eran ya las primeras contracciones eficaces. La
noche del martes al miércoles la pasé bastante regular; entre contracciones y lluvia
apenas pegué ojo. Luego me levanté con mucha ilusión, con muchas ganas de
ponerme de parto ya, por lo que me quedé un tanto decepcionada cuando durante
toda la mañana no noté ninguna contracción. Aproveché para dormitar en el sofá y
recoger un poco la casa... sabía o intuía que ya no debía de faltar mucho. Por la tarde,
las contracciones se reanudaron y se volvieron cada vez más dolorosas. Ese día me
fue bastante difícil atender a Cora y durante nuestro paseo por el barrio tuve que
pararme cada dos por tres debido a las fuertes contracciones. Mi niña me mimó
mucho, con muchas caricias y besos y mucha paciencia y comprensión; creo que ella
ya sabía lo que iba a suceder pocas horas después. Volvimos a casa sobre las siete y
media y al rato vino Manuel. Llamé a Laura, la matrona que estaba de guardia ese día,
y sobre las 21:20 h, ella llegó a nuestra casa. Le comenté lo que me estaba pasando y
escuchamos el latido del bebé. Puesto que tanto él como yo estábamos muy bien,
sobre las 22 horas ella se volvió a ir. Había que acostar a Cora y le di el pecho para
dormirla. La oxitocina que se libera al amamantar me causó una contracción muy
fuerte, en la que noté como algo dentro de mi se estaba moviendo. Cora se durmió, yo
también disfruté de un momento de calma y en la siguiente contracción sentí unas
ganas tremendas de empujar... Manuel avisó a Laura y arrodillada delante del sofá
esperé hasta que ella volviera y me diera “luz verde” para pujar con toda mi fuerza.
Llegó y unos tres o cuatro pujos más tarde nació nuestro bebé. Vino al mundo en su
bolsa, lo cual dicen que trae mucha suerte o que apunta a niños con dones
especiales... ya veremos.
Nada más nacer Héctor, pasamos un rato tranquilo, sin hacer nada. Me quedé
sentada en el suelo, abrazada a mi bebé y charlando animadamente con Manuel y las
matronas (Yolanda había llegado minutos después del nacimiento). Media hora más
tarde, Manuel cortó el cordón umbilical, Héctor empezó a mamar y se produjo el
alumbramiento de la placenta. Después nos metimos en la cama y las matronas se
marcharon. Manuel llevó a Cora a la cama donde estaba yo con el bebé y a las cuatro
de la madrugada ella se despertó y no cabía en sí de alegría al ver que por fin había
nacido su hermanito. Esa noche, ni Manuel ni yo dormimos casi nada y uno de los
recuerdos más bonitos que tengo es el de estar allí, en mi casa, en mi cama, tumbada
entre mis dos hijos dormidos y hablando con mi marido.
Las comadronas nos cuidaron mucho y vinieron a vernos todos los días hasta
pasados cinco días del parto. Gracias a Dios, ni el bebé ni yo tuvimos muchos
problemas, y con un día y medio, Héctor ya salió a recoger a su hermana del cole.
Mientras que después de mi primer parto pasé como quince días en casa, hecha (o
sintiéndome) una inválida y enferma, esta vez no fue así y a los pocos días ya pude
encargarme de las tareas de la casa y de los inevitables papeleos relacionados con el
nacimiento.
Finalmente, todo esto no hubiera sido posible sin la ayuda de mucha gente. En
primer lugar, quiero darle las gracias a Manuel por su amor, comprensión y apoyo
constantes e incondicionales y por su seguridad y confianza cuando me invadían los
miedos y las dudas. Quiero darle las gracias también a Cora que me ha acompañado y
cuidado durante estos meses como sólo ella sabe. Y a Héctor por haber colaborado
tan bien en la parte que le corresponde. Asimismo, expreso mis más sinceros
agradecimientos a todas las mujeres y hombres que me han hecho entender que los
partos respetados son posibles y deseables. Infinitas gracias también a esas
comadronas maravillosas que nos brindan la posibilidad de parir en casa, redescubriendo
la sabiduría de la madre Naturaleza y la fuerza que hay innata en
nuestros cuerpos.
Mientras escribo estas líneas, Héctor está durmiendo en el fular portabebé,
pegado a mí de tal manera que puedo oler su pelo y darle incontables besos en la
cabeza. Esta historia cuenta el comienzo de su vida fuera de mi vientre, pero al mismo
tiempo cuenta también un nuevo comienzo en mi propia vida como mujer y madre.
Birgit Linda Emberger. España
Publicado en la revista Oriflama 16
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