viernes, 6 de julio de 2012

EL LEGADO


Antonio caminaba por los fríos y silenciosos pasillos de la universidad de Salamanca. Notaba que llegaba al patio central porque al respirar empezaba a percibir de forma tenue el olor a césped recién cortado y por qué su aliento comenzaba a tornase visible por las bajas temperaturas que el invierno le proporcionaba a la imperecedera ciudad.

La impaciencia hizo que Antonio acelerara el paso. Sabía que no debía estar allí a esas horas de la noche y que aunque fuera profesor del departamento de literatura española e hispanoamericana sería difícil justificar su presencia en el edificio de las Escuelas Menores. Tal vez podría declarar que se dirigía a la biblioteca pero no creía que la excusa pudiera funcionar realmente.

Pensó en lo que estaba en juego, desde que descubrió la carta de su abuelo apenas había podido dormir. No sabía como la información podía haber llegado a sus manos, pero estaba seguro de que era cierta. Repitió es su cabeza el fragmento más importante:

“Bajo el banco de piedra que está junto al portón donde se expone el saber escrito hay otro saber oculto, el que dejó escondido Fray Luis de León para que solo unos pocos pudieran degustarlo, como se saborea un secreto por tiempo enterrado”

Frente al rocoso asiento Antonio notó como sus rodillas le fallaban. Por ello y por el deseo de tener entre sus manos tan preciado tesoro, se agachó y metió la mano bajo la negrura del banco. Hizo caso omiso a bichos, polvo y telas de araña y llegó a tan preciado bien.

Al sacar la mano pudo ver un rollo de tala que antaño fue blanco y hoy en día semejaba algo más beige, anudado con uno cordón de piel marrón. Los nervios no le permitían esperar a casa para abrirlo, debía hacerlo ya, creía que era un buen momento para encender su linterna. Pero no le dio tiempo. Antes de que pudiera meter la mano en el bolsillo, sintió un golpe en la cabeza y calló redondo al suelo. No había tenido cuidado y el escrito ya no estaba en sus manos.

AZAHARA OLMEDA

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