domingo, 22 de julio de 2012

EL INVENTOR


 De todos los artilugios del improvisado laboratorio que había tenido que montar en casa, el teléfono interdimensional era en el que tenía puestas más esperanzas. El quinto piso sin ascensor no era el lugar más indicado para trabajar, el ruido de los vecinos le distraía continuamente y las vistas inhóspitas del gris de la ciudad ahuyentaban su inspiración, pero tras la muerte de su familia en aquel trágico accidente, todas esas nimiedades le importaban bien poco. Había perdido el trabajo hacía ya varios meses, por no atender las exigencias de sus jefes y obcecarse en sus propias ideas delirantes. Su salud, tanto física como psíquica, también se estaban viendo afectadas. Apenas comía, lo único que se echaba a la boca era lo que buenamente le preparaba su vecina, la señora Carmela, sabedora, por propia experiencia, del alcance de su profunda pena. Y a veces ni eso tomaba, pues cuando la mujer volvía con la siguiente comida, veía el plato sin tocar en un rincón, tras algún cachivache o bajo algún montón de papeles. Ni que decir tiene que poco le faltaba para perder el juicio enfrascado día y noche en la infructuosa tarea de hacer funcionar el dichoso trasto, del que tampoco sabía muy bien que esperar. De repente, una madrugada, sonó el aparato, despertándolo de una de sus numerosas cabezadas sobre su escritorio. Al descolgarlo, oyó la voz de su mujer. Su ser se inundó de una extraña mezcla de nerviosismo y alegría. Miró a su alrededor para anunciar su hallazgo, pero estaba completamente solo, junto a él, únicamente, su propio cuerpo, inerte en el frío suelo. Al otro lado de la línea escuchó:

-Cariño, te estábamos esperando.

AZAHARA OLMEDA

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