(Cuento decembrino)
Era un veintitrés de diciembre en uno de esos algentes y congelantes días en los
que a pesar de brillar espléndidamente el sol, los rigores de la estación invernal
pueden llegar a ser fatales.
Laryssa se encontraba apaciblemente bajo el abrigo del interior de su casa
colocando las decoraciones y los ornamentos navideños en la sala y en todos los
cuartos, mientras plácidamente escuchaba los villancicos alusivos a esta magna
celebración de la Navidad.
De pronto suspendió sus actividades para contemplar a través de los ventanales,
la imponencia de la Madre Naturaleza, y con visión positiva, optimista y poética el
panorama exterior: la nieve impoluta, que cual un manto de armiño parecía cubrir
campos y jardines; los árboles que con la nieve congelada y ya cristalizada sobre sus
ramas deshojadas, eran un verdadero espectáculo escultural! Y qué decir de la vista
que sobre los bordes de los techados y ventanales presentaban las estalactitas como
grandes lágrimas que más tarde al llegar un poco de calor, semejarían diamantes
derritiéndose lentamente!.
Pero aquella mañana de álgido frío, un doloroso suceso vino a tornar en tragedia la
visión ensoñadora. Después de la tormenta invernal, al abrir la puerta del porche tras
de escuchar un murmullo como de palabras ininteligibles, Laryssa observó un bulto
informe en el piso (cubierto a medias por una manta mugrienta); por las extremidades
que pudo ver, era un hombre, cuyo rostro irreconocible y macilento, estaba cubierto
por una sucia y espesa barba, y quien aterido del frío como era obvio suponer, parecía
medio desmayado allí entre ronquidos entrecortados como en un estertor agónico.
Ella se encontraba sola pues su esposo había sido designado por la empresa
empleadora para cubrir la plaza subsidiaria en Washington, D.C. Entonces, aprensiva,
empavorecida y llena de mil temores, llamó al Departamento de la Policía regional,
que en pocos minutos se hizo presente con varias unidades de auxilio.
Inmediatamente trasladaron al hospital más cercano, al desconocido cuyo cuerpo
grasiento lucía exánime, desprotegido.
A pesar del cuidado inmediato y solícito que recibió en el hospital, el hombre murió
a los pocos minutos de llegar. Había sufrido hipotermia . Al revisar las mínimas
pertenencias de identificación que portaba entre los bolsillos de su raída ropa, las
autoridades encontraron precisamente la dirección de Laryssa. Fue entonces cuando
ella recibió el llamado del Departamento de Policía a fin de que se presentara a la
morgue para identificar el cadáver.
Cuál no sería el asombro de ella al poder mirar detenidamente el rostro y descubrir
amargamente, que este hombre de quien supo que había vivido en la indigencia como
un desamparado, enfrentando las inclemencias de las gélidas temperaturas del
invierno, durmiendo bajo los puentes, en los atrios de las iglesias o en las casas
abandonadas, y sobreviviendo a las fieras dentelladas del hambre cuando no podía
llegar como “freegan” a los restarurantes y verdulerías donde ya lo conocían, era nada
menos que… ¡Su tío! ¡Ese tío querido de quien nunca más había vuelto a saber
nada…! ¡El había escogido vivir en aislamiento…!
Su nombre era José Manuel. Era tío de Laryssa por línea materna. Había tenido
hogar, esposa e hijos; mas por razones económicas, vino a menos ya que habiendo
peridido el trabajo y en un prolongado tiempo de desempleo, sus finanzas se habían
colapsado. Erróneamente, empezó a buscar salida en el alcohol; comenzó a
frecuentar cada vez más los bares y a llegar tarde o a no llegar a su hogar.
Como es natural, su esposa empezó a reclamarle sobre su conducta errónea, y sobre
el abandono físico y espiritual al que la estaba sometiendo no sólo a ella sino también
a sus pequeños hijos. En un comienzo, él trató de darle explicaciones vagas e
indiferentes, mas a medida que el tiempo transcurría, con inusitado desparpajo y ya
sin respeto ni consideración, llegó hasta a responderle enfáticamente que esa era su
vida y que tomara la decisión que quisiera. Finalmente, cuando la situación se tornó
hostil e inaguantable para todos, y no habiendo dinero ni siquiera para cubrir las
necesidades más apremiantes, José Manuel abandonó el hogar dejando a su esposa
y a sus hijos en el más completo desamparo y a merced de los Servicios Sociales de
la ciudad. Nadie supo más de él, pues se apartó de toda su familia como en un
doliente ostracismo.
Después de aquella insólita y macabra escena en ese deplorable día invernal,
Laryssa pensó amargamente que quizás su tío, al final de esa vida solitaria y errante, y
no encontrando otra solución a su crítica situación, había optado por acudir a su
misericordia y ayuda (la que nunca antes imploró, bien fuera por un falso orgullo o por
vergüenza); e infería que había sido así como finalmente él había decidido buscar su
propia sangre al acercarse a su porche.¡Pero cuan tarde! Laryssa reflexionaba dolida
que si a buena hora su amado tío José Manuel hubiese acudido a ella, sin lugar a
dudas, habría tenido su apoyo y el de su marido, quien precisamente había estado
necesitando un ayudante para que lo asesorara en sus labores. Pero nadie sabía de
su paradero: por más que trataron de investigar, todo intento fue infructuoso.
Hurgando en su conciencia como solemos hacer después de un acontecimiento
infausto, visualizó escenas tristes pensando con cierto pesar por ejemplo, cuántas
veces se habría cruzado con su tío (sin poder reconocerlo), cuando éste deambulaba
solitario por alguna calle; y hasta se inquiría también, cuántas veces quizás habría
mirado con un poco de indiferencia a algún desamparado (que bien pudiera haber sido
él), implorando la caridad pública. Todos estos soliloquios y autojuzgamientos,
ensombrecían su presente vida de recién casada, antes feliz y apacible.
Ahora sólo le quedaba el amargo pesar de comunicar la dolorosa noticia a sus
primos (ya adultos, quienes vivían en otro Estado). La madre de estos, la esposa de
su tío, había fallecido luego de una vida de penuria, tras de tratar en vano de
localizarlo a fin de que pidiera la ayuda y apoyo de ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS y se
regenerara incorporándose de nuevo a su familia y círculo social. ¡Pero todo había
sido en vano! José Manuel había buscado la solución errónea a sus problemas
ahogándose en el alcohol…
Tras de este deplorable y doloroso incidente, Laryssa tuvo que acudir a un delicado
tratamiento psiquiátrico y psicológico pues la perseguían los sueños recurrentes del
macabro espectáculo de ¡El hombre en el porche…!
* Quiero anotar que este cuento “lo escribí” en un sueño que tuve en la madrugada del
día 25 de enero del 2005. Lo único que hice al levantarme fue “pasarlo” de mi recuerdo
subconsciente a la computadora.
Leonora Acuña de Marmolejo. EE.UU
Publicado en la revista Oriflama 16
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