¿Dónde estás, jovencísima, tú que siempre
me despiertas de mañana? ¿Dónde estás, luz?
Mi corazón se ha despertado, pero la noche
aún me tiene preso de su encanto sagrado.
Antes me gustaba acechar el amanecer,
esperarte en la colina. Pero nunca en vano.
Nunca, oh Propicia, me han engañado tus heraldos,
las brisas, pues tú siempre aparecías.
Venías esparciendo la dicha por tu habitual sendero,
aparecías en tu hermosura. ¿Dónde estás?
Mi corazón de nuevo vela, mas la noche infinita
me retiene todavía.
Antaño yo gozaba de tus verdes follajes,
las flores brillaban para mí, como mis ojos;
el rostro de los míos era algo cercano
que iluminaba mi camino. Cuando joven
miraba retozar en torno a los bosques
a todas las alas del cielo.
Hoy, en cambio, me quedo solo y silencioso,
hora tras hora, y me imagino
formas hechas de la dicha y las penas
de días que fueron más claros,
y espío a lo lejos la llegada
del salvador, del amigo que me ayudará.
Al mediodía oigo a veces la voz del tonante
cuando viene con su paso de hierro.
Sacúdese la casa entonces, y el suelo tiembla
bajo su pisada, y en la montaña repercute.
También en la noche oigo a mi salvador,
que mata, libera, da la vida,
lo admiro cuando sube del poniente
al oriente. Y sonáis, cuerdas mías,
para él son vuestros acordes. Y mi canto
se reanima al acercarse, y así
como la fuente sigue al río adonde quiera,
yo voy tras su segura marcha
y me uno a su órbita errabunda.
¿Dónde, dónde estás? Te oigo aquí y allá,
oh resplandeciente! Y la tierra
resuena en torno. ¿Dónde te detendrás?
Dime, qué hay allá en lo alto, detrás
de las nubes. ¿Pero qué me sucede?
Oh, día, día que apareces por encima
de las nubes que caen, bienvenido seas!
Mis ojos se dilatan cuando llegas, astro
de mi juventud. Oh dicha, luz de antaño,
que te difundes hoy más inmaterial
desde el cáliz sagrado! Y tú, casa paterna,
y vosotros, queridos míos, que antes
me acogiste, aproximaos!
Venid a compartir este júbilo!
Venid, el que recobró la vista os bendice!
Esta felicidad es demasiado! Quitadme la vida,
arrancad este divino rayo de mi corazón!
FRIEDRICH HÖLDERLIN (1770 - 1845) Alemania
Publicado en la revista La Urraka 29
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