martes, 24 de julio de 2012

CÉLEBRES DESCONOCIDOS


 Padre e hijo recorren las calles de Zaragoza en busca de un lugar para comer. Después de varios días de viaje, haciendo paradas apresuradas en restaurantes de comida rápida, tienen la necesidad de echar al estómago algo guisado en una buena cocina tradicional. Pasan por delante de un típico bar de barrio, podría haber pasado desapercibido para cualquiera, pero no para ellos, su profesión le impide ignorar un lugar así. El enorme letrero que adorna la cornisa negra con letras doradas reza: “La Republicana”, los ventanales del frontal dejan al descubierto el interior del establecimiento. Desde la calle, puede verse el interior del local, está decorado como si de un viejo anticuario se tratara. Con un solo vistazo el sitio les ha conquistado, deciden entrar a ver qué suculentos y castizos manjares les brinda.

Ya sentados en una de las mesas cubiertas con manteles a cuadros “vichy” azules comienzan a hablar.

-Yo creo que pediré la lasaña de setas, tu puedes pedir codornices con…- Comienza el hombre más joven, con la vista puesta en la carta.
-Hijo- corta el hombre más mayor- has estado todo el viaje preguntándome él porque era tan importante para mí que dejáramos de lado la búsqueda del galeón, “Nuestra Señora de Atocha”, que no entendías que me impulsaba a dejar un viaje hacia los cayos de Florida y cambiarlo por un vagar por las calles de ciudades españolas que siempre tendríamos a mano. Me has seguido fielmente, pese a que no he querido revelarte apenas nada, acerca de cuáles eran mis planes. Pero has aguantado el misterio y creo que ya ha llegado el momento de que te confiese porque estamos aquí y parte importante de la historia de tu familia que aún desconoces.
El chaval escucha atento las palabras de su progenitor, apenas ha movido un músculo. Aún sostiene entre sus manos la carta del menú del restaurante, como si se hubiera quedado pegada entre sus engarrotados dedos. Al ver la expectación en los ojos del que será su sucesor, en tantos sentidos, el hombre continúa hablando.
-¿Recuerdas las historias que contaba el abuelo de su época en París? Sus aventuras con Machado, Darío o incluso con Oscar Wilde. Por su enfermedad ya no sabíamos si muchas de las cosas que contaban eran verdad o simples malas jugadas que le causaba su mente enferma.
-Yo siempre le creí padre, por él estudié Antropología y no Derecho. Y es por él también que busco tesoros por el mundo a tu lado y no me quedó estudiándolos en un despacho, porque sus historias me daban ganas de vivir la vida tal y como él la había vivido- acierta a decir el muchacho.
-Pues una de las últimas veces que pude charlar con él, bien por un lapso delirante, bien por ganas de tener un momento de intimidad paterno filial, me contó cosas que nunca antes se había atrevido a decirme. Me dijo que amaba a tu abuela, que ella había sido la mujer de su vida, pero que cuando era más joven, en su etapa parisina, tuvo un gran amor. No logré que me confiará el nombre de su objeto de deseo, pero pude intuir que sus amigos escritores habrían sido sus confidentes en aquella rocambolesca época. No era el simple hecho de saber por saber, mi padre, tu abuelo, tuvo una vida muy interesante, bien es cierto, pero me llamó la atención sobremanera, el poder tener la oportunidad de conocer facetas, de un progenitor en ocasiones tremendamente asunte, que me habían sido, aunque a lo mejor sin la mayor maldad, ocultadas. Como bien sabes, ninguno de los amigos escritores de tu abuelo seguían con vida después de la muerte de éste, así que no tenía muchas fuentes a las que recurrir en busca de información. Pero la fortuna estaba de mi parte y un día, poco después de que el abuelo nos dejara, rebuscando entre sus cosas encontré unas cartas en su viejo escritorio. Estaban guardadas bajo llave, en uno de los cajones. Y de nuevo, sabiendo que privaba a mi padre de su intimidad, pero inundado por un fuerte sentimiento de querer saber quién era él realmente, leí las cartas. Quiero que sepas cuanto confío en ti y que sé que bajo ningún concepto intercambiarás esta información con nadie y por eso voy a contarte lo que descubrí.
-Padre puedes estar tranquilo, mis labios están sellados- Consigue decir el joven mientras sigue mirando a su padre expectante y apenas sin pestañear.
-Las cartas estaban todas dirigidas a tu abuelo y las firmaba, el poeta. Al principio no entendí bien el contenido de los escritos, el mensaje era ambiguo. Hablaba de las ganas de tenía de que estuvieran juntos de nuevo, de poder volver a esas tardes en París hablando sobre cualquier cosa durante horas. Podrían haber sido las cartas de dos amigos cualesquiera, de haberlas leído por separado. Pero al leerlas todas juntas y seguidas, aún sin conocer las respuestas de tu abuelo, estás se intuían con los sentimientos que desprendía “el poeta” y podría decirse que incluso se percibía el amor. No era un amor fraternal, no eran solo amigos. Las dos personas que mantenían esa correspondencia se amaban. El gran amor de tu abuelo, fue otro hombre.
El muchacho no sabía que decir y su padre lo notó, así que continuó su historia, ya habría tiempo más tarde para aclarar dudas, tenía más que contar, quería llegar al porque de su viaje a Zaragoza.
-Podrás imaginarte mi primer momento de desconcierto, más o menos vino a ser como el que estás sufriendo tú en este preciso instante. Mi padre no sólo había amado a otro hombre, sino que ese hombre había sido un importante referente de la literatura de nuestro país y nunca nadie había sabido nada de ellos, ni del amor que se procesaban. Después del shock inicial, sentí un poco de pena por mi padre, por esos sentimientos, que desde las cartas de “el poeta” parecían tan intensos y que nunca habían podido ser demostrados en público. Lo siguiente que me pasó por la cabeza es que necesitaba saber quién era él, quien había compartido esa parte tan importante de la vida de mi padre. ¿Habría sido el irlandés, con su aire misterioso? Tal vez ¿el nicaragüense? Con ese look de galán de película antigua o ¿sería el sevillano, el que le habría robado el corazón? De nuevo ahí estaba mi afán por conocer a mi antecesor, aunque, por muy raro que sonase, solo pudiera averiguar cuál era su tipo de hombre. Necesitaba las otras cartas, las contestaciones de mi padre. A lo mejor allí, encontraría alguna pista que me ayudara. En una de las últimas misivas, tú abuelo debió despedirse, porque en la última que leí de “el poeta” decía que comprendía que siguiera su camino, que siempre le recordaría y que esperaba que él también le recordara cuando escuchara música en la radio que con esta carta le enviaba. No me preguntes porque, llámame romántico, tal vez me contagié del momento y solo estoy siguiendo una corazonada, pero entendí que no solo le enviaba la radio, sino todas las cartas que durante años le escribió mi padre, como un último intento de que al verlas, éste entrara en razón y corriera a su lado, cosa que finalmente no hizo. Así que mi siguiente paso fue buscar la vieja radio. Una radio simple, mitad color marrón en el dorso, mitad color vainilla en el frontal, que recordaba haber visto en el despacho de la casa de los abuelos. No sé si mi imaginación jugaba conmigo o realmente recordaba ahora a tu yayo, mirándola con nostalgia, con los ojos casi vidriosos e incluso me parecía que rememoraba tiempos mejores. Registré toda la casa, volví loca a tu abuela y por fin, ésta se acordó de que en uno de sus viajes a Zaragoza, tu abuelo donó la radio a un pequeño local dónde solía acudir a charlar siempre que visitaba la ciudad, donde el humo del café se mezclaba con el del tabaco y donde tenían la extraña afición de coleccionar antiguallas y las exponían en las paredes. Se encontraba en la calle Mendez Nuñez nº38 y era conocido como “Café Recuerdos”, aunque desde hace casi quince años le cambiaron el nombre por “La Republicana”.
-Pero padre- dijo el joven de repente, dando un respingo, como si una palabra clave le hubiera hecho salir de su ensimismamiento- “La Republicana” es el bar dónde nos encontramos ahora mismo.
-Sí, hijo. Y si te giras disimuladamente, y miras ligeramente hacia la izquierda, podrás ver en lo alto de aquella estantería blanca que hay sobre la pared decorada con antiguas fotos y pinturas de distintas mujeres, la vieja radio de tu abuelo.
-Y ¿Qué vas a hacer? ¿Cómo puedes estar completamente seguro de que esa es la radio del abuelo? No puedes ir al dueño y pedírsela sin más, no tiene por qué creer que era de tu padre- El joven no podía dejar de hablar.
-Seguramente, el dueño, no creería ni una palabra de lo que yo pudiera decirle, hijo. Por eso hemos venido a comer hoy aquí. Vamos a pasar lo más desapercibidos que nos sea posible, analizaremos el sitio como solo nosotros sabemos hacerlo y esta noche, cuando hayan cerrado y esto esté completamente vacío nos llevaremos lo que por herencia nos pertenece. Ni siquiera será robar, solo cogeremos lo que es nuestro. Ahora cambiemos de tema, se acerca el camarero. Decide lo que vas a pedir- Terminó el hombre.
Bien entrada la madrugada, cuando ya no quedaba nadie en “La Republicana” padre e hijo vuelven equipados con sus herramientas de trabajo. Han estado observando el local detenidamente, como hacen cada vez que emprenden un nuevo encargo. Saben cómo tienen que hacer su trabajo y lo hacen bien. Más aún lo harán ésta vez, qué es personal, y pondrán todo su empeño en que las cosas vayan por buen camino.
Una vez dentro, se dirigen hacía su objetivo. Apenas han hecho ruido para entrar, son sigilosos. Saben que tienen tiempo, el local no tiene un sistema de seguridad muy complicado, pero aún así no quieren recrearse dentro del establecimiento.
El hombre más mayor, empieza a ponerse nervioso, nunca antes le ha pasado algo así en mitad de un trabajo, pero al ver que ya tiene la radio delante, empieza a notar un sudor frío recorriéndole todo el cuerpo y las manos le comienzan a temblar. Realmente le está afectado todo este asunto. Su hijo se percata de su estado y poniéndole la mano en el hombro le dice:
-Padre, puedo subir yo a cogerla.
Su progenitor asiente agradecido, no cree que las piernas le respondieran siquiera para subir a una de esas mesas de madera, muy cercana a la otra, dónde solo unas horas antes ha estado comiendo.
Ya con la radio en las manos el muchacho baja y se la entrega a su padre. Los ojos de éste se abren como si un niño pequeño acabara de recibir el regalo de Navidad más deseado del año. Varios sentimientos se mezclan en su interior. Miedo por descubrir que realmente su padre también amaba a “el poeta”, intriga por que le iba a ser revelada la personalidad oculta del amante de su padre. Pena por el fin del misterio. Busca la herradura para abrir el aparato y justo cuando la ha encontrado nota la mano de su hijo sobre el antebrazo.
-Padre, ¿Estás seguro de que quieres abrir esa radio? El abuelo ocultó esa parte de sí mismo por alguna razón y lo que querías saber de él ya lo sabes. No es necesario que sepas quién era ese otro hombre, no le conocerás más ni será para ti una persona diferente de lo que fue cuando estaba con nosotros.
El hombre deja la radio sobre la mesa, mira a su descendiente más directo con una sonrisa llena de orgullo y ternura y se abalanza sobre él para estrecharlo entre sus brazos.
-Tienes toda la razón hijo mío. Deja la radio donde estaba y vayámonos de aquí antes de que alguien nos descubra.

AZAHARA OLMEDA

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