Un día me iré, amigo;
me iré al lugar oscuro, indefinible,
al que forzosamente caminamos,
y del que nadie consiguió evadirse.
No será deserción, ni desamparo,
por no haber sido mi obra; cada origen
lleva tatuados el lugar y fecha
de su final, con rasgos invisibles.
Estamos programados a la muerte
desde nuestras raíces.
Ese día, esa noche permanente,
tus grandes ojos tristes
me buscarán en el salón, la alcoba,
por la ventana en patios y jardines,
mas sobre todo en este rinconcito
siempre tan nuestro, donde tu yaciste
a mis pies tantas horas,
cuando, soñando amores imposibles,
o reprimiendo lágrimas,
o jadeante de ímpetus de tigre,
generaba mis versos,
genuinos hijos de las más sensibles
fibras del alma y de la piel, surgiendo
como palomas, águilas o cisnes
de esta pantalla conectada al mundo,
en diálogo vital de Eros y Psique,
de espíritu y de carne, idea y tacto.
Amigo mío de ojos de violines,
de insaciable exigencia de cariño
en urgencias y ardor nada sutiles,
forzando la cabeza entre mis brazos,
tú, tan hambriento de caricias; dime
que volverás, aunque sin mí, a este espacio
compartido por ambos y ya libre,
apagado el pc, la pieza a oscuras,
la silla inmóvil, y la superficie
de la mesa desierta de papeles,
los de palabras vivas, y los grises,
enterrados ya en féretros de plástico,
negro silencio para voces vírgenes.
Dime que mantendrás el breve espacio
en que ahora yaces a mis pies, al irme;
mi compañero fiel de tantos años,
de las horas calladas, y felices.
Sabrás, sin duda, que una vaga sombra
te acompaña, a los otros invisible;
y moverás la cola, como siempre,
para darme a entender que no estás triste.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-
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Hace 2 días

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