El día que cumplí cuarenta y siete años no pensé en la lujuria de palabras en que se había convertido mi vida.
Cumplí cuarenta y siete años y es como si cumpliera veinticinco o treinta y nueve,
hace tanto que respiro.
Y no me pesa la coraza de miedo.
Y sigo dejando las gafas abiertas con las patillas encima de la taza del water
o en una toalla en el suelo mientras me lavo la cara
de madrugada,
Como cuando tenía cuarenta y seis.
Como cuando tenía cuarenta y seis,
sigo pensando que la inspiración es cuando la ocurrencia encuentra
papel y bolígrafo a mano, que estupidez.
Si luego soy un antiguo,
es por propio merecimiento.
Merecimiento tan antiguo como el primer polvo de todos los tiempos.
No se me ocurrió con cuarenta y seis años hacer una poesía de un kilómetro de ojos,
demostración palpable de la futilidad de las cifras del tiempo.
Estoy deseando,
ahora con las cejas espolvoreadas de blanco,
a mis cuarenta y siete,
ir al Bar Eduardo, a ver la frescura libre y cierta de Ilenia,
a escuchar al hermano del Pija con su ojo inconsciente,
ver las caras de los inmutables
Sulpicio, Palomo, Superonce, Molina, Camacho, como la alineación de un equipo de fútbol de 1947.
Y es que la vida nunca pasará por ellos.
Aunque de pronto, sí. Como un hachazo.
No respiro el cansancio del saludo matinal desganado, necesario y recíproco.
Las pintadas,
no se qué y lucha,
15-M al poder,
banqueros ladrones,
se diluyen con la presteza que dan las canas compañeras.
No tener pies ni manos y besar lo desintegrado aunque sea invisible al hipotálamo.
Con este cubo de años a cuesta hube de lidiar
con el día a día de las penurias de lo cotidiano, y con la inopia de las circunstancias.
Y supe ser mi propio representante en la vida que es como una junta de personal en un frenopático de locos sin medicar.
La derrota solo serán palabras en el kit-kat que es la vida porque no se sabe si fue más el dolor de nacer que será el morir.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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Hace 10 horas
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