miércoles, 18 de abril de 2012

EXILIO

Un hombre desnudo, espera impasible mientras observa la cuenta atrás de un reloj que desgrana símbolos de un color azul pálido en una pantalla.
—No lo hagas, no seas loco. —grita angustiada una voz, que es familiar al hombre desnudo, por un interfono casi invisible al lado de la pantalla que sigue su inexorable cuenta.
—Ella está allí fuera, tengo que hacerlo. —murmura el hombre desnudo, su voz es tranquila aunque su cuerpo se sacude con violentos espasmos y su frente está perlada de sudor.
—Todavía puedes revertir el efecto del cambio. Abre la puerta, yo te ayudare —se escucha por el interfono. —El exterior representa la barbarie. —concluye, casi en un gemido.
—La exilaron, ella solo buscaba la verdad y la arrojaron al exterior. —dice el hombre, que ya no está desnudo, pues una capa de pelo gris ha cubierto su cuerpo.
—Sabes que no se puede divulgar la verdad, sembraría el caos y la anarquía.
—Siempre usáis las mismas excusas para cometer los más viles actos. —dice el no-hombre alzando un enorme brazo y admirando sus nuevas manos. Su voz ha cambiado y tiene un tono ronco y grave.
—Te echaré de menos, hermano. —dice el intercomunicador entre sollozos.
—Te esperaré fuera. Te quiero hermano, pero debo reunirme con ella.
La pantalla termina su cuenta atrás y parpadea en rojo. Una compuerta se abre y una infinidad de olores inunda la pequeña esclusa. El no-hombre sale al exterior, al frio y la nieve. Él no siente frio, solo percibe felicidad e inmensas ganas de vivir. El viento le trae el aroma de su esposa y un aullido bello y feroz sale de su garganta e inunda el bosque cercano. Se escucha otro aullido más agudo. Es ella contestándole en la lejanía.

Víctor M. Valenzuela (España)
Publicado en la revista digital Minatura 117

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