domingo, 28 de julio de 2019

LA TIERRA, LA GRAN MADRE


Hoy he visto una llama suscrita en mi ventana
revelando el destino de aquellos que moraron
en esta tierra magna.
Se ha iluminado el cielo con ciento una llamaradas.
Emigran las cruzadas de golondrinas blancas
y ramos de ilusiones ascienden hasta el cosmos
tratando de alcanzar la galaxia más alta.

Se están emancipando
los ríos
las montañas
los bosques y los mares.
Los cuerpos buscan limbos para anclar su morada
pues el planeta Tierra se pronunció agotado.
Se exilian las mañanas
las tardes y las noches.
Se exilia la alegría
la sonrisa
la risa.
Todos suben livianos como plumillas blancas
y el planeta reclina su cabeza abrumada.

Se va vaciando el cuerpo de la Madre Sagrada.
Cuánto sabor a lejos se inscribe en su mirada
cuánto tiempo perdido
cuánta lucha por nada.
Ha tendido una manta de lanilla afelpada
para apoyar su plasma inmerso en la amargura
su cuerpo maltratado por los hombres profanos.

No pudieron mirar más lejos que sus ojos
no pudieron sentir el dolor de su médula.
Como madre infinita generosa y pausada
repuso en los amparos
una flor de ilusión
una carta de amor
un aviso preñado de decepción y espanto.

Nada pudo lograr con su palabra magna
la han abandonado buscando otro destino
que acune como ella sus cuerpos desteñidos.

Su masa malherida por bombas sanguinarias
se agita como un ave mordido por el frío.
Su savia se derrama pasiva e insondable
ya estaba escrito en tablas su final solitario.

Ha llorado millones de lágrimas vejadas.
Algún lucero pálido le ha acariciado el alma
contándole que algunos de sus hijos la amaron.

No alcanzaron los gritos de los que la valuaron
los que juraron ser una apuesta a salvarla.
No pudieron vencer al hermano villano
mordido en sus entrañas por el poder malsano.

Quizás el Universo les corte los caminos
y se queden girando en el espacio inhóspito
que ha visto con sus ojos la injusticia excesiva
las artimañas burdas de sus frutos prosaicos
vendidos al poder del traicionero infierno.

Triste final el suyo madre desamparada.

Sólo queda esperar la defunción del canto.

Beatriz Ojeda 

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