El pasado martes 22 de marzo se me concedió el Premio José Luis Sampedro en el curso del festival Getafe Negro, en la Universidad Carlos III de dicha localidad, por, según rezaba el fallo: “su trayectoria creadora y un nivel de excelencia y/o originalidad sobresaliente. Y la inserción de su obra en la tradición humanista que impregna la cultura y la creación, convirtiéndola en un factor de reivindicación de la dignidad y la riqueza espiritual de los seres humanos”.
En mi intervención subrayé una doble anomalía que me acompañaba en esa circunstancia: la primera es que jamás antes había obtenido premio alguno. Tampoco me he presentado a ninguno, incluyendo éste. La segunda es que en mi larga vida, en la que he pronunciado cientos de conferencias en distintas ciudades del mundo, nunca había leído un papel. Por primera vez leería una cuartilla. Era mi sucinta protesta a cuanto nos rodea en los actuales días que vivimos.
Pensé que en momentos como éste es cuando un escritor debe mostrar su verdadero compromiso, y que al tiempo que yo hablaba muchos responsables de nuestra degradada situación económica, social, cultural estaban en tribunas públicas, en la televisión, en actos gubernamentales o de partido retorciendo el lenguaje para utilizarlo al servicio de sus interminables corrupciones, para golpear con su distorsión y falseamiento las mentes de los ciudadanos a los que buscan convertir en esclavos: no importa que ahora seáis víctimas de nuestra explotación, si os resignáis, pronto os daremos una limosna, quieren decirles los Guindos, Botines, Montoros, Cospedales, Rajoys, empresarios de turno, con sus malditas verborreas de neo analfabetos.
Reproduzco las palabras que me escribió para la lectura en el acto, que no se leyeron, Antonio Gamoneda, y las que yo mismo leí, de forma escueta, directa, sin prolegómenos ni comentario alguno.
La auténtica patria del escritor es la lengua en que escribe. En el año 1945 algunos escritores, Paul Celan, Ingeborg Bachmann, Adorno, entre otros, comprendieron que su lengua había sido sacrificada por los genocidas y burócratas alemanes que provocaron el mayor holocausto de la Historia. Tenían que construir una lengua nueva purgando las palabras que la desarrollaran.
Hoy, en otras circunstancias, que a algunos escritores nos llenan de zozobra y angustia, vivimos bajo el atropello, prostitución de nuestra propia lengua. Se utilizan procedimientos más propios de Goebbels que de la riqueza de uno de los idiomas más creativos del mundo, para impartir mensajes y alienar a los ciudadanos. Perversión de contenidos, modos populistas, alteración de significados, palabras quemadas: cada palabra, un cadáver de su prístino origen, un intento de extinción del pensamiento. Como escribió Celan: busca la nube palabras y llena el cráter del silencio. Lo inexplicable recorre, en voz baja, el país. Muchos responsables de las industrias culturales y de la política vulgarizan el lenguaje, lo deforman hasta límites en los que resulta imposible reconocer su acepción, su música oculta, su búsqueda de la belleza. Su razón de ser. Y el escritor debe rebelarse contra estas perversiones si quiere sobrevivir y no ser aniquilado por este holocausto de la cultura. El escritor ha de regenerarlo, dignificarlo, purificarlo. Un premio amparado bajo el nombre de José Luis Sampedro, un hombre y un escritor honrado en la más profunda estela machadiana, un escritor y un hombre de los más honestos y profundos creadores de nuestro tiempo, es, sin duda, el mejor, casi podría decir el único premio que me han concedido en mi vida, y me reconforta y anima a seguir luchando por la palabra y la libertad, no solo mía, sino de los ciudadanos a quienes se pretende esclavizar en su pensamiento, diferencia y dignidad humana.
Publicado por FRANCISCO VÉLEZ en el Diario Luz de Levante
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