SOLEDAD
Pasaban las tardes,
vacías y silenciosas.
Ni el viento ululante,
rompía la monotonía.
Y se acomodaba
a aquel silencio
que nada destruía
y todo lo mantenía.
Era un tiempo desnudo
de toda vida.
Era el silencio
de la soledad hallada,
sin ser buscada.
Era envolvente, cruel.
Y lo peor de todo...
¡Era eterna!...
¡Y lo sería siempre!
LO NUESTRO
Veranos de ausencias
y escandalosas alegrías.
Regocijo infantil, compartido.
Lo teníamos todo.
Las capuchinas olían,
al ser cortadas
por manos infantiles.
Aquello eran veranos.
Unos veranos
de lento transcurrir
y de huellas profundas.
El mar muy cercano,
y cálido, nos dormía
al compás de las olas.
Y al amanecer,
nos hacía renacer,
nuevas ilusiones.
La playa el baño,
la pesca, las conchas
en la mañana.
Tras la siesta,
la ansiada excursión,
o bien, el vestido nuevo
y la horchata fresca
en la plazoleta.
Pero de repente
todo se terminó,
como se acaba
todo lo bueno,
sin fecha concreta.
Con golondrinas
y vencejos en el cielo
que se llevaron
nuestra infancia.
¡Y ya nada,
volvió a ser igual!...
Algunas tardes de junio,
alguien pisa o corta
una mata de capuchinas
que se arrastran displicentes
por el suelo de un jardín.
¡Y todo regresa!
¡Y nada se ha ido!
La infancia fue nuestra...
¡Y lo sigue siendo!
¡Y lo será para siempre!
MARÍA LUISA HERAS VÁZQUEZ -Barcelona-
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