Los pliegues de tu falda son de hojas
vencidas por otoños sin aliento.
Tu sexo, caracola de un tormento.
Tus nalgas, lágrimas de amor –congojas-.
Y si, entre transparencias, te despojas
de tu ropa; un exótico ungüento
me embriaga con la flor del sentimiento,
¡caigo en un beso de dos lenguas flojas!
Llegas, al fuego del otoño, herida
por un rayo de sol -vestal de ojos
lamidos por el sueño de la vida-,
y ya no hay sombras en la luna llena:
¡sólo dos marionetas de hilos flojos
en este amor ganado por la pena!
Los pliegues de tu falda, en primavera,
tienen la gracia de tu cuerpo; el vuelo,
la magia de esos pájaros del pelo
y el compás del vaivén de tu cadera.
Pero no tienen las alas de madera
-esa entrega, esa espalda contra el suelo-
de las hojas del árbol que, con celo,
dan su vida un otoño cualquïera.
Sobre tus piernas -lágrimas sedosas-
tienen tablas y tienen hermosura;
mas no las alas de estas mariposas
-ni el candor, ni el aroma de las rosas-:
jamás ese sabor, esa dulzura
¡del alma que, al morir, se transfigura!
Antonio Ramos -España-
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