Ella era así tierna y divertida, en la mayoría de las ocasiones dispuesta y servicial.
La recuerdo entrando por la tienda con su delantal azul y unas zapatillas aventureras
dispuestas a conquistar su propio mundo.
Su cara se dejaba acompañar por un destello de ingenuidad y sus palabras apenas
inenteligibles dejaban al personal absorto ante la duda y con la misma pregunta
-¿Pero que habrá querido decir?
Maruja embrujaba con su salero y su porte andaluz a todos los que tuvimos la fortuna
de conocerla, no solo por su gracejo particular sino porque emanaba valentía y sentido
de la responsabilidad frente a todo. Dispuesta a cometer un pequeño desliz, un despiste
particular que la llevara por unos minutos de la mano de la libertad, aunque tan solo fuera
para comprar un paquete de sal o el cundí de pan para el almuerzo del día.
A su edad próxima a cumplir ochenta y dos años pocas cosas se prestaban a hacerla más
feliz que aquellos momentos de olvido.
Y así fue como nos conocimos de casualidad una mañana de otoño, absorbida dentro de mis
propios asuntos no me quedaba tiempo para todo lo demás, pero la fortuna hizo que se obrara
el milagro y de esas primeras vivencias otorgadas en forma de cariño consiguieron avivar una
confianza perdida y un canal de confianza que potenció entre nosotras la comunicación
A su edad, sola y en medio de una situación de desprotección Maruja, todavía conservaba
las ganas de echarle un pulso a la vida, a pesar de que las dificultades de todo tipo y la repentina
enfermedad de su marido que se estaba cobrando un alto precio.
Su grandeza, la aceptación de una realidad que no llegó a dominarla hizo mella en mi recuerdo y
desde entonces no he podido olvidar la admiración que siento por ti, allí en donde estés.
Este vínculo se ha quedado prendado de mi corazón y como un hechizo se presenta
cuando escucho tu canción y me dice al oído.
-Cuídate mucho, mañana nos vemos.
María José Solano Jiménez
No hay comentarios:
Publicar un comentario