El sol calentaba su cuerpo y el sonido del mar lo inundaba todo con su ir y venir, simplemente estaba aparcado bajo el sol, su mente sudaba palabras e ideas en su lucha contra la realidad.
El escritor trabajaba dentro con un sinfín de ideas inconexas, que conectaban y volvían a irse.
Nadie lo diría cuando lo veían ahí tumbado, frente al mar con el sol y la sal. Él, por su parte, disfrutaba del viaje de su mente, recopilando ideas, imágenes, palabras y argumentos en un cajón de
su alma.
La muerte, en su oscuridad perpetua, se acercó y le susurro al oído –es la hora–.
Él, tranquilo, sujetándose el sombrero, respetuoso pero seguro, respondió que si era el momento estaba de acuerdo, no pondría objeción ni resistencia, pero solicitaba solo, humildemente, que como el soldado que muere con las botas puestas, antes de llevarse su alma, le permitiera una última arremetida, tan solo poner en papel sus últimas reflexiones. La muerte accedió.
El escritor falleció en su cama cien años después.
Alejandro Lucas López
Participante en el VI Certamen Microrrelatos Libres Memorial Isabel Muñoz
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