Se oyeron unos golpes en la ventana. Después unas voces excitadas gritando ¡Fuego! Salid pronto. Hay bombonas de oxígeno y pueden explotar.
Despertaron a los niños. Se vistieron apresuradamente. Cogieron el dinero y las joyas y se montaron en el coche. La fábrica ardía y aún no habían llegado los bomberos.
Nerviosos se alejaron hacia el pinar junto con otros vecinos. A unos metros se pararon pero pensando que allí una explosión les alcanzaría decidieron abandonar el pinar y alejarse por la carretera un par de kilómetros.
Seguros de que allí no corrían peligro salieron del coche. Otros vecinos llegaron. Unos iban en bata; otros a medio vestir. En las caras de todos preocupación porque podían quedarse sin casas. A lo lejos se veían, en la oscuridad de la noche, la luminosidad de las llamas. Sin embargo no se había escuchado ninguna explosión. Eso al menos los tranquilizó. Los niños se habían dormido. En animada y preocupada charla pasaron varias horas. Poco a poco la luz lejana fue desapareciendo. Parecía que el incendio se estaba controlando.
Cuando el reloj marcaba las cuatro de la madrugada recibieron la noticia de que ya no había peligro y podían volver a casa. Unos trabajadores, a riesgo de sus vidas, sacaron las bombonas antes de que a ellas llegara el fuego.
Una vez en casa no fue fácil conciliar el sueño.
JOSÉ LUIS RUBIO
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