A Homero, padre de todos nosotros.
Acepta estas verdades como autoevidentes:
Que tu muerte, por ser santa, es absurda,
Que tu sueño más pequeño es el universo,
Que vivir en plenitud es pasarse los días leyendo,
Que contar con la alegría es equivocarse sin descanso,
Que gastar la existencia recorriendo estrechas rutas,
Dubitativo, cabizbajo, destrozado,
Sin jamás beber la noche alunarada de estrellas,
Sin nunca oír desiertos que meditan en el crepúsculo,
Sin nunca sentir el mar que atruena su asombro,
Sin nunca velar en las cimas ni rezar en las profundidades,
Es fiarse de frustradas orillas que se alejan y se alejan,
Más allá de las llanuras
Que se disputan, con las montañas,
El dibujo del horizonte.
Con mano firme y pecho abierto prende el timón,
La cabeza siempre alta mostrarás,
En el infinito tus ojos tendrás puestos
En la harmonía de las verdades inefables,
Donde duermen los poemas recién nacidos
Y los oráculos que hacen vibrar el mañana.
Quédate tranquilo y no temas ya a las celadas.
Disfruta y gime sin exceso,
Como cabe a un mortal a quien los dioses escuchan.
No te olvides que partiste apenas ayer
Y que llegas, todo el tiempo, sin acabar de llegar
Al principio precioso del crepúsculo,
Al deshecho curioso de la intriga,
Al intervalo solitario de la evidencia.
Recuerda siempre que quedarte no tiene sentido,
Que huir no es posible, porque es cobarde,
Que vencer sólo es dado a unos pocos,
Que el regreso es ya olvido,
Que los barcos, ahora en llamas, son testigos
De las derrotas que conducen a la ascensión.
Debes tener claro que tu alma es bendecida,
Que tu cuerpo es el templo justo de la Poesía
Y que el hacer donde tu esencia desagua
Es nacer, crear, morir y recontar.
Di, entonces, con agudeza
Las Historias de este mundo,
La sufrida y la ansiada,
La oculta y la aparente,
La pasada y la futura,
E hilvana el hic et nunc que se evapora,
Puntuando cada fábula,
En cavilaciones bautizadas de saudade.
En los compases que superan los anchos mitos,
Toma el ágil hilo de los vientos,
Teje el tenue velo de Maya,
Y renueva, agradecido, la eterna voz de las Musas.
Borda en el verso de la épica
La tristeza de la elegía,
La sutileza de la lírica
Y la fuerza del ditirambo.
Construye un ancho foso que te guarde
Ya sea de la burla, como del encomio,
Y apártate del vértigo de la retórica.
No te dejes seducir por nada
Que no sea el Arte puro
(Siempre inalcanzable),
Que no sea la frase limpia
(Seca y verdadera como el dolor),
Que no sea la forma exacta
(Pues se inspira en el silencio),
Que no sea la rara encrucijada del sentido y del sonido:
La levedad consonante de las palabras de peso.
Rehaz tu espanto en el agua fresca de las metáforas,
En los espacios que chocan con los tiempos derretidos,
En los céfiros que se balancean colgados de los cocoteros
En los azules asolanados de las mañanas de tu infancia.
Sigue siendo altivo, valiente y concentrado,
Luz brillante por el camino de lo posible,
Mas, también, de lo imposible,
Cuando y como sea posible.
CLAUDIO GUIMARÂES DOS SANTOS -Brasil-
Publicado en Luz Cultural
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