Yo no quería esta guerra. Me opuse a ella desde el principio. “¿Por qué no intentamos comunicarnos con ellos?”, pedí en la asamblea. Pero nadie me escuchó. Todos estaban imbuidos de la necesidad de combatir. Era nuestra supervivencia, o la del enemigo, gritaban.
Las pocas voces discordantes fueron acalladas. Las armas tomaron el lugar de las palabras, y los pocos que nos oponíamos a la locura fuimos apartados de la sociedad, como parásitos, como seres inmundos a los que se dejaba vivir solo porque no se quería perder el tiempo en exterminarlos.
En mi soledad lamenté amargamente el vacío en el que fueron recibidos mis ruegos. Miré a las estrellas, y supe que hasta en ellas la crueldad primaba sobre la empatía.
Pero no se limitaron a mantenerme en el exilio durante varias semanas. Por fin, un aciago día, me reclutaron para la guerra que nunca quise. No podía negarme o mi familia pagaría las consecuencias.
Ahora combato en la Tierra, a bordo de un trípode de combate. Y, mientras lloro con lágrimas marcianas, aprieto el botón y disparo un nuevo rayo desintegrador a un pobre grupo de criaturas terrestres…
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Francisco José Segovia Ramos -Granada-
Publicado en periodicoirreverentes
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