Aquella noche había bebido algunas copas de más. Estaba muy locuaz. Asomado al balcón y mirando a la luna llena le recitó unos versos apasionados a la mujer que le acompañaba. Esta lo miraba sorprendida. Ignoraba que escribiese versos. El vino había vencido su timidez. Los poemas escapaban de sus labios con fluidez. La magia los envolvía. Se unieron en un beso que acalló las palabras. Después dejaron vagar las miradas por el estrellado cielo.
No era esta la primera vez que le ocurría algo parecido. Hacía unos años totalmente ebrio también había sorprendido a sus acompañantes con un puñado de versos. Fueron unas horas intensas de las que apena le quedó un leve recuerdo. El vino liberó su lengua y los versos fluyeron libres. Cuando la borrachera pasara la timidez volvería y los versos quedarían escondidos.
Pasaron algunos años para que aquellos primeros versos se publicaran. Ya había cumplido los cincuenta años y no necesitaba el vino para vencer su timidez. Aprendió a enfrentarse al público, a comunicar sus sentimientos sin titubeos. Se sentía cómodo en el escenario.
Pero un día su amigo, el mar, al que tanto había cantado, quiso poseer sus poemas y se quedó con él.
JOSÉ LUIS RUBIO
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